jueves, 24 de junio de 2010

Lo que está en la base





Es preciso detenernos ahora en algunos presupuestos que están a la base de las argumentaciones que hemos utilizado. Entre ellos los más importantes son los siguientes.


Visión de la persona


En el debate nos encontramos, en el fondo, con dos visiones diferentes de la persona.


Quienes defienden la legalización de las uniones homosexuales conciben a la persona como un ser constituido básicamente por su libertad. La realización de la persona consiste en poder hacer todo lo que quiera. Las únicas limitaciones que puede admitir son las que derivan necesariamente de la convivencia social. La persona así concebida es un centro de deseos virtualmente ilimitados. Tiene que poder realizarlos todos. No reconoce razones éticas de fondo que le pongan trabas a la realización de esos deseos. Por ello es un ser fundamentalmente rebelde contra las normas. Y busca liberarse de toda norma que imponga una constricción a sus deseos. En el caso de la legalización de las uniones gay, no está tan sólo la reivindicación de la libertad de llevar una conducta homosexual, sino el reconocimiento social y jurídico de dicha conducta.


Quienes nos oponemos a la legalización de las uniones gay, tenemos otra visión del hombre.


La persona es un ser constituido por su naturaleza. La naturaleza nos provee de muchos y variados dones, entre los cuales se encuentra la propia condición sexual, masculina o femenina, con toda la riqueza de sus valores. Aceptar la propia identidad sexual es esencial para la madurez personal. Y la persona alcanza su plena realización en el respeto y el desarrollo armónico de esos dones naturales. La libertad no se hace plena por realizar todos sus deseos, sino en la medida en que se compromete con el verdadero bien


Visión de la libertad. La araña y el suicida.


La libertad es una prerrogativa celosamente cuidada por los hombres de hoy, que sienten que cada vez pueden disponer más de su tiempo, su cuerpo, sus posibilidades, sus emociones, sus afectos.


Sin embargo, hay muchos modelos distintos de libertad. Y no todos son igualmente beneficiosos para el ser humano; hay libertades que destruyen. Y también libertades que plenifican y que realizan a la persona.


Estos distintos modos de vivir la libertad se pueden reducir a los que yo llamaría la libertad de la araña y la libertad del suicida.


La libertad del suicida: figurémonos a un hombre que se arroja de un décimo piso o de un avión sin paracaídas. Su situación es de una libertad extrema: está totalmente exento de toda atadura o condicionamiento. Mientras dure el tiempo de la aceleración que finalmente lo llevará a dar contra la tierra, parece el prototipo de la libertad, pues va por el espacio sin ninguna clase de ataduras. Y si por un imposible alguien lograse enlazarlo en el aire, para evitar que siguiera su carrera hasta el suelo, se sentiría sin duda molesto y disgustado por el tirón que le impediría continuar su vuelo.


Cuando el hombre de hoy rompe con las tradiciones culturales, con los vínculos naturales, con las prescripciones religiosas, con los códigos éticos, con las normas morales, conquista la libertad del suicida, que sólo puede desembocar en su autodestrucción. Y cuando un pueblo entero desconoce los valores que lo han sustentado como tal, la autodestrucción puede ser masiva: ¿cuándo reconoceremos la magnitud de los daños causados por la pérdida de los valores morales, la aniquilación de la familia, la propagación de una mentalidad hedonista, la corrupción social, política y económica, la droga, el alcohol, el desenfreno sexual? ¿ Qué nuevos daños pueden provenir de la pretensión actual de “redefinir el matrimonio”, disolviendo las estructuras más básicas de la vida humana y social?


La libertad de la araña: la araña teje su tela con paciencia y constancia y de esa manera genera el ámbito de una libertad diferente. Cada línea de la telaraña es una posibilidad nueva de adhesión al árbol o a la piedra que la sustenta, es una oportunidad de movilizarse, es una ocasión para capturar el alimento necesario. Y cuantas más sean las líneas de la tela, tanto mayor será la calidad de la libertad. Los vínculos no quitan la libertad a la araña: al contrario, se la dan. Una visión madura y equilibrada del mundo y de la vida propone al hombre una libertad potencializada por los vínculos que lo ligan a Dios, a las otras personas, a las mismas cosas.


Esos vínculos le vienen dados ( en su raíz) por su naturaleza inteligente y libre; pero necesariamente han de ser reforzados por decisiones propias y por adquisición de hábitos. La araña sabe tejer por instinto, pero el ser humano no establece sus vínculos si no es por propia voluntad y mediante un laborioso aprendizaje. Hay que aprender a crear y a mantener los vínculos que nos hacen libres. La liberación, entonces, no es tan sólo quitar las cadenas que nos esclavizan, sino también establecer las líneas de la tela que nos proyectan. Entre ellas, las instituciones fundamentales de la sociedad: el matrimonio y la familia. Destruirlas en nombre de la libertad, no es aumentar la libertad: es condenar la sociedad al suicidio.


La visión de la sexualidad.


En nuestra cultura se ha ido imponiendo una mentalidad en la que se considera que la sexualidad es una función esencialmente orientada a la satisfacción del individuo. No importa si es solo, o con otro u otra, no importa si es una relación abierta o cerrada a la procreación, no importa si es estable o pasajera, no importa si se realiza jurídicamente o es un simple asunto privado. Lo único que importa es pasarla bien, mientras dure. Se produce así un vaciamiento de la sexualidad, de sus valores fundamentales, de los fines más nobles que está llamada a realizar.


En una visión acorde con la dignidad de la persona humana, la sexualidad es una dimensión personal de primer orden, que tiene unos determinados parámetros, está llamada a desarrollarse en una dinámica precisa, y que apunta a ciertos fines de capital importancia.


La sexualidad no es una mera condición física, sino que afecta al conjunto de la persona. Cada uno de nosotros tiene en su masculinidad o femineidad la posibilidad de realizarse plenamente en el amor, por medio de la unión interpersonal y exclusiva con otra persona de distinto sexo. En ese sentido, la sexualidad humana está orientada de manera esencial a la conyugalidad. Cada varón es potencialmente esposo y eventualmente madre. La realización de esos fines implica el respeto de ciertas pautas. Pues la sexualidad es también una fuerza que con facilidad se desborda y a veces nos lleva donde no conviene. Por lo tanto, la sexualidad debe reconocer límites y normas, no como una represión antinatural, sino como los cauces para la realización de la persona en plenitud.


Y esa plenitud se encuentra en la unión estable, socialmente reconocida, y abierta a la comunicación de la vida, de un varón y una mujer que se aman con amor exclusivo. Otras realizaciones de la vida sexual (autoerotismo, homosexualidad, amor libre, y un largo etcétera) frustran esos fines y bienes esenciales ( en mayor o menor medida) y provocan, de una manera u otra, diversos problemas de orden afectivo, psicológico, familiar, social y económico.


Es por lo tanto esencial tomar conciencia de estos valores y fines propios de la sexualidad humana, para respetarlos y promoverlos en orden a una auténtica realización de la persona.


El papel de las leyes


Las leyes cumplen un papel destacado en la sociedad. Son las reglas de juego de la convivencia entre los hombres. No sólo marcan los límites que no se deben transgredir para no causar daño a otros. También significan un proyecto de vida; un proyecto de sociedad, de patria, de comunidad.


Hay leyes que son especialmente importantes dentro de la vida de la sociedad. Y entre ellas se encuentran sin duda las leyes sobre el matrimonio. Son leyes de fundamento; sin ellas caen, todo el conjunto de la estructura social se ve amenazado.


Redefinir el matrimonio mediante una ley significaría modificar las bases mismas de la vida social. La comunidad matrimonial, que está a la base de la convivencia y del desarrollo de una sociedad, sería equiparada a uniones que en sí no fundamentan nada. No es difícil imaginar las consecuencias que a largo plazo se seguirían de semejante opción: una sociedad en la que cada vez predominará más el individualismo, la falta de compromiso, la disolución familiar, el vacío de valores y la idea de que todas las opciones, por arbitrarias que parezcan, valen exactamente lo mismo.


Las leyes no deben hacerse sólo para defender derechos individuales. Las leyes educan, marcan causes, crean conciencia. Si una ley pone a la par dos realidades tan dispares como son el matrimonio y las uniones homosexuales, será una ley antisocial. Una ley injusta y discriminatoria. Y una ley cuya responsabilidad pesará sobre la conciencia de los legisladores que la hayan promovido y votado.


Ante este tipo de leyes, la ética reconoce el derecho y el deber de la “objeción de conciencia”. Básicamente, dicha objeción consiste en que, aun en contra de una ley, uno puede y debe abstenerse de realizar los actos que van contra las propias convicciones éticas. Dicha objeción se convierte en un testimonio que pone de manifiesto la injusticia de una determinada norma y sirve como protesta que permita a corto o largo plazo la abolición de la ley injusta. Si llegara el caso de la aprobación definitiva de una ley que equiparase el matrimonio civil a las uniones homosexuales, los oficiales del registro civil y otros funcionarios análogos tendrían el deber de ejercer la objeción de conciencia.

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