jueves, 24 de junio de 2010

Tercera mentira



La adopción como un derecho de las parejas homosexuales.


El ser humano experimenta muchas necesidades. La sociedad de consumo nos ha acostumbrado a satisfacerlas todas, especialmente desde el punto de vista material. Y a veces las experiencias humanas más elevadas se ven como meras necesidades que han de ser satisfechas.


Así, nos encontramos con personas que experimentan la necesidad de “tener un hijo” casi como se tiene una planta o un animal doméstico. Ello genera a veces una procreación irresponsable, o una serie de prácticas aberrantes que desembocan en la “producción” de seres humanos a través de medios artificiales, rebajando la dignidad de la persona y de la procreación.


El ser humano es un don para los otros y la sociedad. Respecto a un don, no existe derecho; hay que recibirlo con apertura de corazón, generosidad y gratitud. Si en la adopción hay algún derecho, es prioritariamente el derecho del niño, que, por diversas circunstancias, se halla privado del ámbito natural y digno donde crecer y ser formado: la familia constituida por la unión del varón y la mujer. Si la adopción existe como un derecho para las parejas heterosexuales, ello se debe a que dichas parejas son naturalmente aptas para brindar al niño el derecho que a él compete. Tienen la capacidad natural para recibirlo como hijo. Y deben acreditar otras capacidades (ciertas condiciones mínimas de normalidad desde el punto de vista social y económico). Realizan su inclinación a la paternidad y maternidad de esta manera porque no pueden llevarla a cabo de modo natural. En el caso de la unión homosexual, en cambio, los que conviven no quieren abrirse a la comunicación de la vida, por la misma naturaleza de la unión. Ello marca una diferencia radical que hace que la institución de la adopción, de por sí orientada al bien del niño, no deba ser un derecho por igual para la pareja heterosexual y para las parejas homosexuales o las personas solas.


La adopción, por otra parte, es un acto de amor en el que se procura restituir al niño lo que ha perdido: la unión de su padre y de su madre como principio constitutivo de vida, del amor y de la educación. Dado que la unión homosexual, como hemos visto, no realiza esa unidad complementaria, resulta claro que una pareja homosexual no puede proveer al niño de aquello que necesita para formarse como persona. En esto no alcanzan las buenas intenciones que pueden animar a las personas homosexuales que desean adoptar niños.


A ello se sume el hecho de que la educación es un proceso delicado, en el que el niño debe recibir los elementos que provienen de dos principios complementarios: la autoridad, los límites, la seguridad que encarna el padre, y la ternura, la protección, la acogida que encarna la madre. Cuando un progenitor debe, por diversas razones, educar solo a su hijo dice: “Tengo que hacer de padre y madre”. Y con ello queda claro que sólo debe realizar doble trabajo, sino que también debe cumplir dos funciones distintas, siendo que para una de las dos no está dotado naturalmente. De lo cual resulta claro que una pareja homosexual no es apta para brindar al hijo adoptivo lo que él necesita. ¿A quién dirá papá? ¿A quién dirá mamá?


La posibilidad de la adopción es quizá uno de los factores que remueven la conciencia de muchas personas en contra de la legalización de las uniones gay. Es por ello que algunos afirman estar a favor de dicha legalización pero sin posibilidad de adopción. Esta posición es absurda: si se reconoce el “derecho” a una unión que se llama “matrimonio”, no se ve en base a qué se podría negar la adopción a las parejas homosexuales que la pidieran. Y si se niega la adopción, se está reconociendo implícitamente que la pareja homosexual no realiza los bienes y fines humanos a los que la persona está llamada por su condición sexual.

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