lunes, 27 de julio de 2020

MÚSICA LITÚRGICA - SAN PIO X




MOTU PROPRIO
TRA LE SOLLECITUDINI 
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO X
SOBRE LA MÚSICA SAGRADA


Entre los cuidados propios del oficio pastoral, no solamente de esta Cátedra, que por inescrutable disposición de la Providencía, aunque indigno, ocupamos, sino también de toda iglesia particular, sin duda uno de los principales es el de mantener y procurar el decoro de la casa del Señor, donde se celebran los augustos misterios de la religión y se junta el pueblo cristiano a recibir la gracia de los sacramentos, asistir al santo sacrificio del altar, adorar al augustísimo sacramento del Cuerpo del Señor y unirse a la común oración de la Iglesia en los públicos y solemnes oficios de la liturgia.

Nada, por consiguiente, debe ocurrir en el templo que turbe, ni siquiera disminuya, la piedad y la devoción de los fieles; nada que dé fundado motivo de disgusto o escándalo; nada, sobre todo, que directamente ofenda el decoro y la santidad de los sagrados ritos y, por este motivo, sea indigno de la casa de oración y la majestad divina.

Ahora no vamos a hablar uno por uno de los abusos que pueden ocurrir en esta materia; nuestra atención se fija hoy solamente en uno de los más generales, de los más diflciles de desarraigar, en uno que tal vez debe deplorarse aun allí donde todas las demás cosas son dignas de la mayor alabanza por la belleza y suntuosidad del templo, por la asistencia de gran número de eclesiásticos, por la piedad y gravedad de los ministros celebrantes: tal es el abuso en todo lo concerniente al canto y la música sagrada.

Y en verdad, sea por la naturaleza de este arte, de suyo fluctuante y variable, o por la sucesiva alteración del gusto y las costumbres en el transcurso del tiempo, o por la influencia que ejerce el arte profano y teatral en el sagrado, o por el placer que directamente produce la música y que no siempre puede contenerse fácilmente dentro de los justos límites, o, en último término, por los muchos prejuicios que en esta materia insensiblemente penetran y luego tenazmente arraigan hasta en el ánimo de personas autorizadas y pías; el hecho es que se observa una tendencia pertinaz a apartarla de la recta norma, señalada por el fin con que el arte fue admitido al servicio del culto y expresada con bastante claridad en los cánones eclesiásticos, los decretos de los concilios generales y provinciales y las repetidas resoluciones de las Sagradas Congregaciones romanas y de los sumos pontífices, nuestros predecesores.

Con verdadera satisfacción del alma nos es grato reconocer el mucho bien que en esta materia se ha conseguido durante los últimos decenios en nuestra ilustre ciudad de Roma y en multitud de iglesias de nuestra patria; pero de modo particular en algunas naciones, donde hombres egregios, llenos de celo por el culto divino, con la aprobación de la Santa Sede y la dirección de los obispos, se unieron en florecientes sociedades y restablecieron plenamente el honor del arte sagrado en casi todas sus iglesias y capillas. Pero aún dista mucho este bien de ser general, y si consultamos nuestra personal experiencia y oímos las muchísimas quejas que de todas partes se nos han dirigido en el poco tiempo pasado desde que plugo al Señor elevar nuestra humilde persona a la suma dignidad del apostolado romano, creemos que nuestro primer deber es levantar la voz sin más dilaciones en reprobación y condenación de cuanto en las solemnidades del culto y los oficios sagrados resulte disconforme con la recta norma indicada.

Siendo, en verdad, nuestro vivísimo deseo que el verdadero espíritu cristiano vuelva a florecer en todo y que en todos los fieles se mantenga, lo primero es proveer a la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se juntan precisamente para adquirir ese espíritu en su primer e insustituible manantial, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la pública y solemne oración de la Iglesia.

Y en vano será esperar que para tal fin descienda copiosa sobre nosotros la bendición del cielo, si nuestro obsequio al Altísimo no asciende en olor de suavidad; antes bien, pone en la mano del Señor el látigo con que el Salvador del mundo arrojó del templo a sus indignos profanadores.

Con este motivo, y para que de hoy en adelante nadie alegue la excusa de no conocer claramente su obligación y quitar toda duda en la interpretación de algunas cosas que están mandadas, estimamos conveniente señalar con brevedad los principios que regulan la música sagrada en las solemnidades del culto y condensar al mismo tiempo, como en un cuadro, las principales prescripciones de la Iglesia contra los abusos más comunes que se cometen en esta materia. Por lo que de motu proprio y ciencia cierta publicamos esta nuestra Instrucción, a la cual, como si fuese Código jurídico de la música sagrada, queremos con toda plenitud de nuestra Autoridad Apostólica se reconozca fuerza de ley, imponiendo a todos por estas letras de nuestra mano la más escrupulosa obediencia.


INSTRUCCIÓN ACERCA DE LA MÚSICA SAGRADA


I. PRINCIPIOS GENERALES

l. Como parte integrante de la liturgia solemne, la música sagrada tiende a su mismo fin, el cual consiste en la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles. La música contribuye a aumentar el decoro y esplendor de las solemnidades religiosas, y así como su oficio principal consiste en revestir de adecuadas melodías el texto litúrgico que se propone a la consideración de los fieles, de igual manera su propio fin consiste en añadir más eficacia al texto mismo, para que por tal medio se excite más la devoción de los fieles y se preparen mejor a recibir los frutos de la gracia, propios de la celebración de los sagrados misterios.

2. Por consiguiente, la música sagrada debe tener en grado eminente las cualidades propias de la liturgia, conviene a saber: la santidad y la bondad de las formas, de donde nace espontáneo otro carácter suyo: la universalidad.

Debe ser santa y, por lo tanto, excluir todo lo profano, y no sólo en sí misma, sino en el modo con que la interpreten los mismos cantantes.

Debe tener arte verdadero, porque no es posible de otro modo que tenga sobre el ánimo de quien la oye aquella virtud que se propone la Iglesia al admitir en su liturgia el arte de los sonidos.

Mas a la vez debe ser universal, en el sentido de que, aun concediéndose a toda nación que admita en sus composiciones religiosas aquellas formas particulares que constituyen el carácter específico de su propia música, éste debe estar de tal modo subordinado a los caracteres generales de la música sagrada, que ningún fiel procedente de otra nación experimente al oírla una impresión que no sea buena.

II. GÉNEROS DE MÚSICA SAGRADA

3. Hállanse en grado sumo estas cualidades en el canto gregoriano, que es, por consiguiente, el canto propio de la Iglesia romana, el único que la Iglesia heredó de los antiguos Padres, el que ha custodiado celosamente durante el curso de los siglos en sus códices litúrgicos, el que en algunas partes de la liturgia prescribe exclusivamente, el que estudios recentísimos han restablecido felizmente en su pureza e integridad.

Por estos motivos, el canto gregoriano fue tenido siempre como acabado modelo de música religiosa, pudiendo formularse con toda razón esta ley general: una composición religiosa será más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto diste más de este modelo soberano.

Así pues, el antiguo canto gregoriano tradicional deberá restablecerse ampliamente en las solemnidades del culto; teniéndose por bien sabido que ninguna función religiosa perderá nada de su solemnidad aunque no se cante en ella otra música que la gregoriana.

Procúrese, especialmente, que el pueblo vuelva a adquirir la costumbre de usar del canto gregoriano, para que los fieles tomen de nuevo parte más activa en el oficio litúrgico, como solían antiguamente.

4. Las supradichas cualidades se hallan también en sumo grado en la polifonía clásica, especialmente en la de la escuela romana, que en el siglo XVI llegó a la meta de la perfección con las obras de Pedro Luis de Palestrina, y que luego continuó produciendo composiciones de excelente bondad musical y litúrgica.

La polifonía clásica se acerca bastante al canto gregoriano, supremo modelo de toda música sagrada, y por esta razón mereció ser admitida, junto con aquel canto, en las funciones más solemnes de la Iglesia, como son las que se celebran en la capilla pontificia.

Por consiguiente, también esta música deberá restablecerse copiosamente en las solemnidades religiosas, especialmente en las basílicas más insignes, en las iglesias catedrales y en las de los seminarios e institutos eclesiásticos, donde no suelen faltar los medios necesarios.

5. La Iglesia ha reconocido y fomentado en todo tiempo los progresos de las artes, admitiendo en el servicio del culto cuanto en el curso de los siglos el genio ha sabido hallar de bueno y bello, salva siempre la ley litúrgica; por consiguiente, la música más moderna se admite en la Iglesia, puesto que cuenta con composiciones de tal bondad, seriedad y gravedad, que de ningún modo son indignas de las solemnidades religiosas.

Sin embargo, como la música moderna es principalmente profana, deberá cuidarse con mayor esmero que las composiciones musicales de estilo moderno que se admitan en las iglesias no contengan cosa ninguna profana ni ofrezcan reminiscencias de motivos teatrales, y no estén compuestas tampoco en su forma externa imitando la factura de las composiciones profanas.

6. Entre los varios géneros de la música moderna, el que aparece menos adecuado a las funciones del culto es el teatral, que durante el pasado siglo estuvo muy en boga, singularmente en Italia.

Por su misma naturaleza, este género ofrece la máxima oposición al canto gregoriano y a la polifonía clásica, y por ende, a las condiciones más importantes de toda buena música sagrada, además de que la estructura, el ritmo y el llamado convencionalismo de este género no se acomodan sino malísimamente a las exigencias de la verdadera música litúrgica.


III. TEXTO LITÚRGICO

7. La lengua propia de la Iglesia romana es la latina, por lo cual está prohibido que en las solemnidades litúrgicas se cante cosa alguna en lengua vulgar, y mucho más que se canten en lengua vulgar las partes variables o comunes de la misa o el oficio.

8. Estando determinados para cada función litúrgica los textos que han de ponerse en música y el orden en que se deben cantar, no es lícito alterar este orden, ni cambiar los textos prescriptos por otros de elección privada, ni omitirlos enteramente o en parte, como las rúbricas no consienten que se suplan con el órgano ciertos versículos, sino que éstos han de recitarse sencillamente en el coro. Pero es permitido, conforme a la costumbre de la Iglesia romana, cantar un motete al Santísimo Sacramento después del Benedictus de la misa solemne, como se permite que, luego de cantar el ofertorio propio de la misa, pueda cantarse en el tiempo que queda hasta el prefacio un breve motete con palabras aprobadas por la Iglesia.

9. El texto litúrgico ha de cantarse como está en los libros, sin alteraciones o posposiciones de palabras, sin repeticiones indebidas, sin separar sílabas, y siempre con tal claridad que puedan entenderlo los fieles.


IV. FORMA EXTERNA DE LAS COMPOSICIONES SAGRADAS

10. Cada una de las partes de la misa y el oficio deben conservar musicalmente el concepto y la forma que la tradición eclesiástica les ha dado y se conservan bien expresadas en el canto gregoriano; diversa es, por consiguiente, la manera de componerse un introito, un gradual, una antífona, un salmo, un himno, un Gloria in excelsis, etc.

11. En este particular obsérvense las normas siguientes:


A) El Kyrie, Gloria, Credo, etc., de la misa deben conservar la unidad de composición que corresponde a su texto. No es, por tanto, lícito componerlos en piezas separadas, de manera que cada una de ellas forme una composición musical completa, y tal que pueda separarse de las restantes y reemplazarse con otra.

B) En el oficio de vísperas deben seguirse ordinariamente las disposiciones del Caeremoniale episcoporum, que prescribe el canto gregoriano para la salmodia y permite la música figurada en los versos del Gloria Patriy en el himno.

Sin embargo, será lícito en las mayores solemnidades alternar, con el canto gregoriano del coro, el llamado de contrapunto, o con versos de parecida manera convenientemente compuestos.

También podrá permitirse alguna vez que cada uno de los salmos se ponga enteramente en música, siempre que en su composición se conserve la forma propia de la salmodia; esto es, siempre que parezca que los cantores salmodian entre sí, ya con motivos musicales nuevos, ya con motivos sacados del canto gregoriano, o imitados de éste.

Pero quedan para siempre excluidos y prohibidos los salmos llamados de concierto.


C) En los himnos de la Iglesia consérvese la forma tradicional de los mismos. No es, por consiguiente, lícito componer, por ejemplo, el Tantum ergo de manera que la primera estrofa tenga la forma de romanza, cavatina o adagio, y el Genitori de allegro.

D) Las antífonas de vísperas deben ser cantadas ordinariamente con la melodía gregoriana que les es propia; mas si en algún caso particular se cantasen con música, no deberán tener, de ningún modo, ni la forma de melodía de concierto, ni la amplitud de un motete o de una cantata.


V. CANTORES

12. Excepto las melodías propias del celebrante y los ministros, las cuales han de cantarse siempre con música gregoriana, sin ningún acompañamiento de órgano, todo lo demás del canto litúrgico es propio del coro de levitas; de manera que los cantores de iglesia, aun cuando sean seglares, hacen propiamente el oficio de coro eclesiástico.

Por consiguiente, la música que ejecuten debe, cuando menos en su máxima parte, conservar el carácter de música de coro.

Con esto no se entiende excluir absolutamente los solos; mas éstos no deben predominar de tal suerte que absorban la mayor parte del texto litúrgico, sino que deben tener el carácter de una sencilla frase melódica y estar íntimamente ligado el resto de la composición coral.

13. Del mismo principio se deduce que los cantores desempeñan en la Iglesia un oficio litúrgico; por lo cual las mujeres, que son incapaces de desempeñar tal oficio, no pueden ser admitidas a formar parte del coro o la capilla musical. Y si se quieren tener voces agudas de tiples y contraltos, deberán ser de niños, según uso antiquísimo de la Iglesia.

14. Por último, no se admitan en las capillas de música sino hombres de conocida piedad y probidad de vida, que con su modesta y religiosa actitud durante las solemnidades litúrgicas se muestren dignos del santo oficio que desempeñan. Será, además, conveniente que, mientras cantan en la iglesia, los músicos vistan hábito talar y sobrepelliz, y que, si el coro se halla muy a la vista del público, se le pongan celosías.


VI. ÓRGANO E INSTRUMENTOS

15. Si bien la música de la Iglesia es exclusivamente vocal, esto no obstante, también se permite la música con acompañamiento de órgano. En algún caso particular, en los términos debidos y con los debidos miramientos, podrán asimismo admitirse otros instrumentos; pero no sin licencia especial del Ordinario, según prescripción del Caeremoniale episcoporum.

16. Como el canto debe dominar siempre, el órgano y los demás instrumentos deben sostenerlo sencillamente, y no oprimirlo.

17. No está permitido anteponer al canto largos preludios o interrumpirlo con piezas de intermedio.

18. En el acompañamiento del canto, en los preludios, intermedios y demás pasajes parecidos, el órgano debe tocarse según la índole del mismo instrumento, y debe participar de todas las cualidades de la música sagrada recordadas precedentemente.

19. Está prohibido en las iglesias el uso del piano, como asimismo de todos los instrumentos fragorosos o ligeros, como el tambor, el chinesco, los platillos y otros semejantes.

20. Está rigurosamente prohibido que las llamadas bandas de música toquen en las iglesias, y sólo en algún caso especial, supuesto el consentimiento del Ordinario, será permitido admitir un número juiciosamente escogido, corto y proporcionado al ambiente, de instrumentos de aire, que vayan a ejecutar composiciones o acompañar al canto, con música escrita en estilo grave, conveniente y en todo parecida a la del órgano.

21. En las procesiones que salgan de la iglesia, el Ordinario podrá permitir que asistan las bandas de música, con tal de que no ejecuten composiciones profanas. Sería de apetecer que en tales ocasiones las dichas músicas se limitasen a acompañar algún himno religioso, escrito en latín o en lengua vulgar, cantado por los cantores y las piadosas cofradías que asistan a la procesión.


VII. EXTENSIÓN DE LA MÚSICA RELIGIOSA

22. No es lícito que por razón del canto o la música se haga esperar al sacerdote en el altar más tiempo del que exige la liturgia. Según las prescripciones de la Iglesia, el Sanctus de la misa debe terminarse de cantar antes de la elevación, a pesar de lo cual, en este punto, hasta el celebrante suele tener que estar pendiente de la música. Conforme a la tradición gregoriana, el Gloria y el Credo deben ser relativamente breves.

23. En general, ha de condenarse como abuso gravísimo que, en las funciones religiosas, la liturgia quede en lugar secundario y como al servicio de la música, cuando la música forma parte de la liturgia y no es sino su humilde sierva.


VIII. MEDIOS PRINCIPALES

24. Para el puntual cumplimiento de cuanto aquí queda dispuesto, nombren los obispos, si no las han nombrado ya, comisiones especiales de personas verdaderamente competentes en cosas de música sagrada, a las cuales, en la manera que juzguen más oportuna, se encomiende el encargo de vigilar cuanto se refiere a la música que se ejecuta en las iglesias. No cuiden sólo de que la música sea buena de suyo, sino de que responda a las condiciones de los cantores y sea buena la ejecución.

25. En los seminarios de clérigos y en los institutos eclesiásticos se ha de cultivar con amor y diligencia, conforme a las disposiciones del Tridentino, el ya alabado canto gregoriano tradicional, y en esta materia sean los superiores generosos de estímulos y encomios con sus jóvenes súbditos. Asimismo, promuévase con el clero, donde sea posible, la fundación de una Schola cantorum para la ejecución de la polifonía sagrada y de la buena música litúrgica.

26. En las lecciones de liturgia, moral y derecho canónico que se explican a los estudiantes de teología, no dejen de tocarse aquellos puntos que más especialmente se refieren a los principios fundamentales y las reglas de la música sagrada, y procúrese completar la doctrina con instrucciones especiales acerca de la estética del arte religioso, para que los clérigos no salgan del seminario ayunos de estas nociones, tan necesarias a la plena cultura eclesiástica.

27. Póngase cuidado en restablecer, por lo menos en las iglesias principales, las antiguas Scholae cantorum, como se ha hecho ya con excelente fruto en buen número de localidades. No será difícil al clero verdaderamente celoso establecer tales Scholae hasta en las iglesias de menor importancia y de aldea; antes bien, eso le proporcionará el medio de reunir en torno suyo a niños y adultos, con ventaja para sí y edificación del pueblo.

28. Procúrese sostener y promover del mejor modo donde ya existan las escuelas superiores de música sagrada, y concúrrase a fundarlas donde aún no existan, porque es muy importante que la Iglesia misma provea a la instrucción de sus maestros, organistas y cantores, conforme a los verdaderos principios del arte sagrado.

IX. CONCLUSIÓN

29. Por último, se recomienda a los maestros de capilla, cantores, eclesiásticos, superiores de seminarios, de institutos eclesiásticos y de comunidades religiosas, a los párrocos y rectores de iglesias, a los canónigos de colegiatas y catedrales, y sobre todo a los Ordinarios diocesanos, que favorezcan con todo celo estas prudentes reformas, desde hace mucho deseadas y por todos unánimemente pedidas, para que no caiga en desprecio la misma autoridad de la Iglesia, que repetidamente las ha propuesto y ahora de nuevo las inculca.

Dado en nuestro Palacio apostólico del Vaticano en la fiesta de la virgen y mártir Santa Cecilia, 22 de noviembre de 1903, primero de nuestro pontificado.



PÍO PP. X

domingo, 26 de julio de 2020

La Iglesia, encerrada en la pandemia




A diferencia del pasado, pocos sacerdotes se pusieron al frente de la población sufrida. Antonio Caponnetto, doctor en Filosofía y profesor de Historia, analiza las notas salientes de este tiempo anómalo y desesperante.

Por AGUSTÍN DE BEITIA

    
Cuatro meses con los templos cerrados, sin culto público y sin que los fieles tengan acceso a los sacramentos. Enfermos sin atención espiritual, ausencia de exequias y responsos. El encierro de la Iglesia católica ante la epidemia de coronavirus no tiene precedentes en la historia. Una excepcionalidad difícil de justificar, puesto que siempre estuvo permitido ir al supermercado, y que todavía se prolongará en algunas zonas de nuestro país, como en la capital.

La pasividad de la jerarquía eclesiástica, incluso sus amonestaciones a los pocos sacerdotes que arriesgaron sus vidas para asistir a los fieles, y los tibios pedidos recientes de reapertura cuando ya han vuelto a la normalidad otras actividades no hacen más que aumentar la perplejidad.

Para repasar estas anomalías, para contrastar con lo ocurrido durante otras pandemias y analizar lo que está sucediendo, La Prensa conversó con Antonio Caponnetto, doctor en Filosofía y profesor de Historia, además de investigador jubilado del Conicet y director de la revista Cabildo. Caponnetto, referente del nacionalismo católico y vehemente conferencista, es autor de numerosos libros, los últimos de los cuales son Democracia y providismo y Educación sexual integral. Lecciones políticamente incorrectas. Está por publicar Respuestas sobre la independencia, que es continuación de otro libro titulado Independencia y nacionalismo.

-No es la primera pandemia de la historia y no es la primera vez que se suprime el culto público y el acceso a los sacramentos. ¿Qué ocurrió en otras ocasiones?

-Ante esas situaciones extremas la Iglesia siempre supo reaccionar con una mirada sobrenatural y con una conducta parresíaca, de santa audacia. Hasta tal punto que han sido esas epidemias las que han dado ocasión a un reverdecimiento de santos que hoy están en los altares, como San Roque, San Camilo, San José de Calasanz, San Carlos Borromeo o San Francisco Solano. La Iglesia respondió con actitudes heroicas y santas. Se puso al frente de una población sufrida y castigada y aceptó ella misma los sufrimientos. Cargó sobre sus hombros llagados la cruz y dio testimonio de la verdad.

-Qué casos concretos destacaría.

-Solo citaré dos. En Argentina tenemos el triste caso de la fiebre amarilla en 1871. De 180 mil habitantes murieron 13.600. La Iglesia entregó 67 sacerdotes, el 22% de los sacerdotes que existían en total en la Capital Federal. Fueron al martirio alegremente. Sacando el Santísimo a las calles, sacando los hostiarios en cada casa, corriendo todos los riesgos. Todavía no existía la supuesta "Iglesia en salida" de la que se habla ahora, ni el "olor a oveja". No. Era simplemente la Iglesia católica, con sus hijos sencillos y simples, pero saliendo por las calles con la eucaristía, con los sacramentos, con la confesión, con los hostiarios. Cada uno de los cuales se entregó en forma callada, pero gloriosa y triunfal. De esos 67 sacerdotes santos nadie habla. Fueron capaces de dar testimonio hasta la muerte durante la presidencia de Sarmiento, que huyó como Sobremonte. Y esos sacerdotes no tuvieron ningún pontífice que los acusara de ser adolescentes por desafiar la pandemia.

-Usted hablaba de otro caso histórico.

-El otro caso que he podido estudiar es el de la peste sevillana de 1649. En Sevilla murió el 46% de la población: 60 mil personas. Unos 400 cadáveres estaban tirados literalmente sobre las escalinatas de la Catedral. Y cuando llegó la fiesta de Corpus Christi el arzobispo de la zona, en persona, ayudó a retirar los 400 cadáveres para darles cristiana sepultura, y con el resto de los feligreses sacó el Santísimo en procesión. Hoy no hay un solo gesto equivalente. Nadie le conoce la cara al señor Poli. ¡Señor Poli: dé la cara! ¡Salga de la curia! ¿Son tan gruesas las paredes de la curia como para que no le llegue el grito fiel y devoto de los fieles comunes y de a pie? ¡Saque el Santísimo! ¡Reparta los hostiarios! ¿Y quién conoce al Nuncio apostólico? ¡Está escondido en la Nunciatura!

-Hay que reconocer a los buenos sacerdotes que hemos visto en esta pandemia.

-No puedo dar nombres para no comprometerlos. Pero me consta que existen sacerdotes honrosísimos que han recorrido las casas de los fieles, los hospitales, que se han expuesto. Que han llevado rosarios, escapularios, hostiarios. Es increíble. No solamente no son puestos como paradigmas o arquetipos sino que son interpelados. Es la pequeña grey, de la que habla el Evangelio, la que ha hecho posible que no se enfriara la caridad. Porque uno de los síntomas más abrumadores de lo que estamos padeciendo es lo que dice el Evangelio: se enfriará la caridad por causa de la maldad. Hemos visto casos desgarradores de enfriamiento de la caridad: ancianos que han muerto solos, sin asistencia, lejos de sus parientes, sin la unción de los enfermos; enfermos que han sido abandonados a su suerte. Y esto está pasando delante de nosotros mismos, con la jerarquía eclesiástica muda, callada, escondida. Esto clama al cielo.

-No se han visto muchas de esas procesiones con el Santísimo ni interpretaciones sobrenaturales sobre el sentido de esta pandemia como castigo de Dios.

-Debo decir que en ciertas localidades provincianas del interior del país, durante la festividad de Corpus, he tenido registros fotográficos y fílmicos sobre esto, tuvieron la santa audacia de sacar el Santísimo en procesión a la calle. Contraviniendo las órdenes de los obispos respectivos y aun teniendo que recibir castigos de esos obispos. Quiero dejar este testimonio. Hubo sacerdotes que han tenido una mirada sobrenatural de la pandemia como posible expiación de pecados colectivos, merecida expiación, como usted dice. Han existido casos así. No podemos dar los nombres. Parece mentira.

-¿Diría usted que la diferencia central con aquellas épocas que rememoramos al principio es de mentalidad?

-Se podría decir que es una diferencia de mentalidad. Pero creo que sería más atinado decir que es una diferencia de fe. Aquellos hombres tenían una fe católica, sobrenatural, una fe anclada en la esperanza y en la caridad, y estos hombres que conforman la cúpula eclesiástica no tienen fe católica. No tienen una mirada sobrenatural. Son personajes que corresponden, apocalípticamente hablando, a la Iglesia de Pérgamo, a la Iglesia de Laodicea. Es decir, a esas iglesias donde se ha enfriado la caridad y donde sus miembros no son ni fríos ni calientes: son tibios y por eso mismo el Señor los vomitará de su boca. Ahora, los miembros de esta iglesia de Pérgamo y Laodicea deberían recordar aquello que se atribuye al cónsul Escipión: "Roma no paga traidores". No hablo de esta Roma sacrílega, idólatra, pachamámica. Sino de la Roma imperial y eterna, la Roma divina. Esa Roma no paga traidores. Llegará el castigo a la traición. Y no será un castigo humano. Es lo que dice el padre Castellani: no jueguen con Dios. Porque Dios no es un cantor de tangos. Y cuando el pecador le golpee las puertas del cielo no le va a decir: Y bueno, ya que estás acá pasá. No. El dijo: "Algún día has de llamar y no te abriré la puerta y me sentirás llorar". ¡Cardenal Poli, nuncio apostólico, Roma no paga traidores! ¡Salgan a la calle con el Santísimo a cuestas! ¡Salgan a la calle para llevar la salvación! Parece mentira que esto, esto, que es una verdad de catecismo básico, lo tenga que decir alguien como Elisa Carrió. Es desesperante.

-Alguien podría decir: si otras veces en la historia sucedió esto de quedar sin misas y sin sacramentos, ¿cuál es el problema? ¿No se puede santificar el domingo de otra forma?

-Por supuesto que sí. El problema actual no es la supresión de la misa. Porque la misa se sigue celebrando "ad intra". Pero ¡hace cuatro meses que la Iglesia no bautiza! Esto es grave y no se ha dicho nada. Se le han negado también al pueblo fiel los sacramentales. ¡No hay agua bendita! Cuando yo era chico, en el catecismo de primeras nociones se decía que el agua bendita tenía varios propósitos y varias facultades. Por ejemplo: disipar las turbaciones, disipar las dudas, los pecados veniales. ¡No hay agua bendita en los escasos templos que siguen abiertos! ¡Hay alcohol en gel! Es gravísimo.

-Es muy extraño lo que sucede. Hablaba usted de la falta de asistencia espiritual a los enfermos. Me consta que hay sacerdotes que han tenido que hacer peripecias para entrar a los hospitales. Y tampoco hay exequias.

-¡No hay funerales! ¡No hay despedida de los muertos! ¡No hay unción de los enfermos! ¡No hay responsos! Esto es algo que no tiene precedentes. A los familiares les entregan las bolsitas con las cenizas.

-¿Ve usted un interés particular de la administración civil para forzar una secularización que ya viene desde hace tiempo?

-Es evidente que el poder civil y el eclesiástico trabajan juntos. Porque si nosotros analizamos lo que propone Rodríguez Larreta para la reapertura de la actividad religiosa, los pasos son desesperantes. En la fase 4, que empieza el 10 de agosto, dice que los templos quedarán habilitados para actividades de rezo individual, junto con la gastronomía en espacios exteriores y las peluquerías. Y en la fase 9, que empezaría el 14 de septiembre, el genio que asesoró a Larreta dice que los fieles volverán a las celebraciones religiosas, con el 80% de la capacidad, junto con los shoppings. Es clarísimo. Lo que está diciendo el poder civil es que un templo es un lugar donde se reúne gente. El templo es un lugar consagrado, lugar bendito, lugar del ocio contemplativo, de los trascendentales del ser, como decía Pieper. Para estos sinvergüenzas, es equivalente a un shopping. Y la Iglesia lo acepta. No dice absolutamente nada. Entonces, el Estado y la Iglesia marchan juntos hacia un proceso de secularización inmanentista, raigalmente materialista.

-Ahora, hay otra cuestión: ¿la Iglesia tiene que pedir permiso para abrir los templos?

-No, de ninguna manera. El Estado no puede regir la "lex orandi" de la Iglesia. Y esto es lo que aquí se está permitiendo. Ahora, que la Iglesia permita esto significa que está incurriendo en una conducta herética o heretizante. Se llama regalismo. Es la intromisión del poder civil en la vida de la Iglesia. Esto ya fue condenado. El papa Inocencio X condenó esta conducta en la constitución apostólica "Cum Occasione". Y el papa Alejandro VIII, en el año 1691, lo hizo en la bula "Inter-multiplicis". Ni Poli ni el Papa dicen nada a Larreta. No puede decidir si puede haber o no en un templo agua bendita. Esto está condenado. La actitud medrosa de la Iglesia hoy es humillante.

Tomado del Diario "La Prensa", 26 de julio de 2020.

miércoles, 22 de julio de 2020

miércoles, 15 de julio de 2020

Los derechos del pueblo argentino de relacionarse con Dios y practicar su culto en todo tiempo



Después de varios encuentros con autoridades del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a la hora de emitir normativas sanitarias durante la cuarentena, observamos que las costumbres y expresiones religiosas de una gran mayoría del pueblo argentino no forman parte de la escala de prioridades, aun cuando el exhaustivo informe de investigación que presentó el Conicet-CEIL acerca de la segunda encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes religiosas en la Argentina (noviembre de 2019), demuestra que más del 80% de los argentinos presenta clara adscripción a una creencia religiosa. 

En cada fase de la cuarentena, los criterios de flexibilización de las medidas preventivas han sido ajustados en función de la evolución del contagio del virus; de las necesidades básicas, laborales y económicas de la población; del prolongado aislamiento que empieza a tener consecuencias no previstas en las familias, sobre todo las más vulnerables: angustia, miedo, cansancio e intolerancia al encierro, falta de recursos para sobrevivir, etc. 

Pero una y otra vez no se reparó en los valores espirituales y trascendentes que conforman el alma de la vida cotidiana de nuestro pueblo y que se expresan en creencias, prácticas de culto y ritos sagrados de distintos credos con sus milenarias tradiciones. Para la mayoría de los argentinos, el estado emocional depende de su relación personal con el Creador. Más aún, nosotros sabemos y proclamamos que la práctica de nuestros credos no son una actividad esencial, sino una necesidad vital para la población. Los sentimientos espirituales en el pueblo son tan importantes como la vida misma. Las religiones se abren al semejante y crean valores morales y éticos, al servicio del bien común y la amistad social. Fomentan la paz, el bien, construyen espacios de diálogo, comprensión y tolerancia respetuosa ante otras creencias. Y cuando las circunstancias son adversas, como sucede durante la pandemia que padecemos, se hace más visible su mejor rostro: el de la solidaridad para con el prójimo sin distinción. 

Sin embargo, no deja de preocuparnos profundamente cómo se intenta invisibilizar a Dios. Aparentemente se lo ha corrido de la escena, como si la superación de lo que nos desafía solamente estuviera en manos de un estado omnipotente. No se lo menciona ni se lo tiene en cuenta, desconociendo que el nuestro es un pueblo de fe, y que es fundamental el apoyo de las comunidades religiosas para que el Estado pueda aplicar con éxito las medidas para enfrentar la emergencia. 

No olvidemos que el resultado siempre está en manos de Dios. El mismo Dios que ordena ir al médico es el Dios que cura. Hay que utilizar las mayores inteligencias para investigar en la ciencia, analizar todos los datos, y plantear las mejores soluciones; pero seguro que no menos energía hay que dedicar a implorar a Dios para que nos asista con Su misericordia y ponga fin a esta pandemia, ya que la salvación está en Sus manos. 
 
Debemos recordar que se lo invoca a Dios en la Constitución Nacional, en su Preámbulo, como fuente de toda razón y justicia, y se lo hace para que nos proteja. El Dios de la Creación, es el Dios de gran clemencia y misericordia, no es impasible e indolente, sino que escucha especialmente al pobre y al enfermo, y protege al justo. Dios conoce nuestras inquietudes y se ocupa de nosotros (cfr. 1Pe 5,7). 

En la Argentina, la libertad religiosa ha sido garantizada por la Carta Magna, la que incorporó tratados internacionales que valoran la religión como principio de convivencia pacífica en una comunidad plural y diversa para el bien de todos. Confiamos en que nuestro régimen democrático suscribe a la plena libertad de culto. Y por eso nos resulta difícil el aceptar que se postergue el rito religioso del vínculo del hombre con su Creador, mientras se habilitan otras actividades. Se deja así de lado el recurso más importante para quienes en sus convicciones de fe y raíces espirituales encuentran fortaleza, salud y esperanza. 

No obstante, no pedimos privilegios ni nada que ponga en riesgo la salud: solo esperamos coherencia y una mirada integral del ser humano. Cuando oramos, Dios siempre nos escucha y sabemos que la oración tiene la fuerza de cambiar decretos del Cielo. Al mismo tiempo, somos conscientes de la difícil situación que se presenta a nuestros mandatarios a la hora de decidir las medidas de aislamiento y prevención, evaluando las posibles consecuencias económicas y sociales que implican, y el riesgo para las vidas humanas que se siguen de ellas. 
 
Al acercar nuestras reflexiones lo hacemos con la más noble intención de contribuir al bien común, llamando la atención sobre la omisión de la dimensión más importante de todo ser humano. Es muy necesario para nosotros y para todos los argentinos, que en este tiempo podamos elevar nuestras oraciones y celebrar –conforme a nuestros ritos y en nuestros lugares de oración–, por el fin de esta pandemia, para que deje de sufrir la familia humana, y nos conceda el bienestar general a toda esta Gran Nación.

La sabiduría del Pueblo de Dios nos propone un buen ejemplo en un Salmo del Rey David. Salmo 33, 16-19:
«El rey no vence por su mucha fuerza
ni se libra el guerrero por su gran vigor;
De nada sirven los caballos para la victoria:
a pesar de su fuerza no pueden salvar.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia».
Quiera Dios iluminar a nuestra Gran Nación y su Gobierno, y bendecirnos con salud, paz, justicia, equidad y progreso. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a los 14 días del mes de julio de 2020.

+ S.E.R. Card. Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina;

+ S.E.R. Mons. Pablo Hakimian, Eparca de los Armenios Católicos 

+ Monseñor Iosif Bosch, arzobispo de la Iglesia ortodoxa griega de Buenos Aires y Sudamérica.

Gran Rabino Gabriel Davidovich


Fue entregada en mano al Jefe de Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, con copia al Director de Entidades y Cultos, Federico Pugliese.

lunes, 13 de julio de 2020

La grieta en la Iglesia


Las cosas del mundo ensucian - PERYCIA. Periodismo y Justicia



Por Héctor Aguer

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).


   En la Argentina actual suele usarse el nombre de grieta para caracterizar la situación política, las divergencias ideológicas entre partidos o sectores de la sociedad, y la discordia, que torna imposible, o muy difícil de lograr, cualquier acuerdo o entendimiento. En realidad, son males ancestrales en nuestra historia. El nombre empleado, asumido por los comentaristas como un término técnico es por demás elocuente. La grieta es, por definición, la "quiebra o abertura que se hace naturalmente en cualquier cuerpo sólido"; es una rotura o hendidura que, aunque no llega a dividir del todo, implica pérdida o menoscabo. Así ocurre en el cuerpo social; por eso principalmente el país se empantana en el subdesarrollo. La grieta es todo lo contrario de la solidaridad, de la amistad social.

     El fenómeno señalado se verifica también en la Iglesia, en las comunidades cristianas, y asimismo en este ámbito sucede desde los inicios. Me permito unas pocas referencias bíblicas. El menoscabo es doble, del orden de la fe y del de la caridad. Un caso bien notorio es el de la Iglesia de Corinto, tal como aparece en las dos cartas del Apóstol Pablo. Este reprueba severamente las discordias, por ejemplo: "En el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de acuerdo"; es decir, que digan todos lo mismo (tò autò légete pántes, que digan y piensen lo mismo); "que no haya divisiones (sjísmata, cismas) entre ustedes y vivan en perfecta armonía", con el mismo pensamiento, manera de ver, sentimiento (nóos) y el mismo juicio o convicción (gnōmē), 

1 Cor 1, 10.

     Pablo registra la gravedad de los hechos: "Cada uno afirma: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo" (1 Cor 1, 12). Dios ha dispuesto otra cosa para la Iglesia: "Que no haya división -sjísma- y que todos los miembros del cuerpo sean mutuamente solidarios", literalmente: que se preocupen, tengan la misma solicitud -merimnōsin- los unos por los otros. La vida cristiana descarta los arrebatos, la agitación interior que infla el alma, la irritación, el resentimiento y la cólera (1 Tim 2, 8: joris orges kài dialogismoû); el ideal es vivir en paz unos con otros (1 Tes 5, 13: eirenéute en  heautôi); ser pacientes con todos (ib. 14: makrothyméite pròs pántas), ayudarse mutuamente a llevar las cargas (Gál 6, 1-2: allelon tà báre bastádzete), y corregir con dulzura (ib. en pnéumati praÿtetos, con espíritu de suavidad).

     Todas estas actitudes son posibles, y se hacen necesarias, como aplicación y vivencia de una fe que se comparte unánimemente; los pastores de la Iglesia deben cuidar esa identidad de la fe, como servidores de Cristo, que alimentan con las enseñanzas de la fe y de la buena doctrina (1 Tim 4, 6: tes kalés didaskalías), rechazando los mitos ridículos, cuentos de viejas (ib. 7: graodeis mýthous). La exhortación del Apóstol a su discípulo Timoteo vale para todos los tiempos: "... arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y afán de enseñar" (2 Tim 4, 2: en páse makrothymía kái didajé). Sigue una profecía, cumplida reiteradamente en la historia de la Iglesia: "Llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina -tes hyglainoúses didaskalías-, por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas" -mýthous- (2 Tim 4, 2-4). ¡Una excelente descripción de las herejías y, en general, de los errores que dan la espalda a la gran tradición eclesial!. San Vicente de Lerins señalaba que los herejes no sólo no veneran la antigüedad, sino que se apegan a la novedad con todas sus fuerzas; con espíritu de disensión pretenden dar a la Iglesia un aspecto nuevo. Por eso concluía: "Evita las novedades profanas de lenguaje".

      No es arbitrario considerar que la grieta actual de la Iglesia está íntimamente relacionada con las proyecciones del Concilio Vaticano II. Leyendo las discusiones de los Padres en el aula se advierte la contraposición de dos tendencias. Sin embargo, los documentos conciliares fueron aprobados por una casi unanimidad. En la votación final de cada uno de ellos, los votos negativos fueron, según los casos, 2, 3, 4, 5, 6, 10, 11, 14, 19, 35, 39, 70, 75, 164. El día de la conclusión de la Asamblea, cuando se aprobaron los últimos cuatro documentos, se desencadenó un momento de alegría en el que todos se abrazaban emocionados. Sin embargo, las divergencias que se notaron claramente en el aula conciliar, reaparecieron en el posconcilio. La invocación de un supuesto "espíritu del Concilio" inspiró toda clase de arbitrariedades en materia dogmática, moral, espiritual y de doctrina social. Pablo VI señaló que se trataba de una crisis de fe, y procuró hacerle frente en su magisterio de los años 1968 - 1978. Un caso digno de especial mención fue la oposición de vastos sectores eclesiales a la encíclica Humanae vitae. El largo pontificado de Juan Pablo II permitió hacer un balance y ubicar en su sitio las reformas realizadas. Lo mismo puede decirse del magisterio de Benedicto XVI, quien insistió recordando que los textos del Vaticano II deben ser leídos "a la luz de la gran tradición de la Iglesia". Este Papa dio un paso fundamental para superar la grieta litúrgica al autorizar el empleo de la forma extraordinaria del rito romano. El disenso tenía causas más profundas, que se revelan en la extensión de la grieta actual.

     Algunos autores que ejercen un influjo importante, consideran que el Concilio ha revolucionado la manera del hacer y del pensar creyente. Se propone entonces la construcción de un "humanismo nuevo", basado en un cambio radical de paradigmas en diálogo con otras religiones y culturas; la Iglesia tendría que hacerse levadura de la fraternidad universal. Llama la atención el empleo de términos clásicos del vocabulario masónico; la finalidad de la acción eclesial sería hallar, en contacto con otras tradiciones religiosas y renovando el proceso de deshelenización del cristianismo, pistas de resolución de los problemas que afectan a la humanidad de hoy.

      La misión evangelizadora de la Iglesia es así alterada en sus elementos esenciales; se la desea incorporar a un proyecto mayor que la supera: una verdadera gnosis, análoga a la que San ireneo refutaba en el siglo II, en su obra "Contra las herejías". Se fomenta de este modo la grieta al reconocer un valor positivo al conflicto, con la convicción insólita de que conduciría a una unidad plena y a la creación de nueva vida; en este planteo asoma la inspiración hegeliana. La misión que el Señor encomendó a los Apóstoles con las palabras inconfundibles del mandato registrado al final de los Evangelios de Mateo y de Marcos, queda secularizada completamente: se trataría de concebir el planeta como patria, y la humanidad como pueblo, para empeñarse en un proyecto común, que ya no es procurar expresamente que todos los hombres crean en Jesucristo, asuman su enseñanza y cumplan todo lo que Él nos ha mandado.

     Para emplear los símbolos del Apocalipsis podríamos decir: la Bestia de la tierra, el falso profeta, induce a adorar a la Bestia del mar, la potencia secular divinizada (cf. Apoc. 13). Los nuevos paradigmas de pensamiento y acción tendrían así cabida en el contexto del pluralismo ético-religioso que caracteriza al mundo contemporáneo, y diseñarían en él un modo de hacer la historia para alcanzar una unidad pluriforme que engendre nueva vida. En estos términos se habla. La finalidad es el cuidado de la naturaleza, la defensa de los pobres, la construcción de redes de respeto y fraternidad.

     Con toda razón, el Cardenal Robert Sarah ha escrito que en comparación con la situación de la Iglesia actual, la crisis modernista, descrita y condenada por San Pío X, fue "un simple catarro". Obviamente, quienes permanecen fieles a la gran tradición eclesial, a la que conocen muy bien y a la que adhieren con amor, no pueden aceptar una transformación de la misión eclesial contraria a su identidad. La grieta afecta a los dos órdenes, el de la fe y el de la caridad; verdad y amor -alētheia y agápē- son inseparables; una especie de "concordia ecumenista" es incompatible con la integridad de la Verdad católica. La alteración de la conciencia teologal y teológica, con la pretensión de diseñar y realizar nuevos sistemas de presentación de la verdad cristiana, solo puede llevar a la ruina de la fe y el más estruendoso fracaso pastoral.

     Los principales responsables de la grieta eclesial somos los hombres de Iglesia, con nuestros errores y pasiones (epithymíai, un término frecuente en la Escritura). Pero se debe incluir también un factor preternatural: aquel que es mentiroso -pséustes-  y padre del pséudos, mentira, falsedad, acción disfrazada (cf. Jn 8, 44); el diablo, cuyo nombre -diábolos- designa a quien desune, separa, inspira odio o envidia (del verbo diabállo: entrometerse, apartar de algo, disuadir, calumniar, atacar, acusar). La etimología incluye la acción de mezclar y confundir, una especialidad suya; en el caso que nos ocupa importa recordar que la concordia en la Iglesia no puede asegurarse sino en la común aceptación de la Verdad, sin mezclas. La alteración del modo de hablar es en realidad consecuencia de un cambio de pensamiento. San Vicente de Lerins, un Padre del siglo V, como dijimos anteriormente, señalaba como característica de los herejes que no solo no veneran la antigüedad, sino que se apegan con todas sus fuerzas a la novedad; "dan una forma nueva al aspecto exterior de la Iglesia", decía, de allí su recomendación: "Evita las novedades profanas de lenguaje".

     Una pregunta clave: ¿Qué papel se le reserva a Jesucristo en esos proyectos de nuevos paradigmas?. Me he referido especialmente a este problema fundamental para la misión de la Iglesia en mi artículo "Predicar a Jesucristo", publicado oportunamente en "InfoCatólica". Jesús afirma ser "la luz del mundo"; o se vive en la luz (phōs) siguiéndolo a Él, o se permanece en las tinieblas (skotía), Jn 8, 12. En la Última Cena le responde a Tomás, que busca orientación: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). Son estos términos absolutos que revelan la identidad del Señor, están por encima de cualquier otra gnosis porque constituyen la única gnosis auténtica: Jesús es el Camino (hodós) que por la Verdad (alētheia) conduce a la Vida (zōḗ); así interpreta el pasaje la mayoría de los Padres de la Iglesia. Él es el camino, y la meta en su unión con el Padre (Jn 14, 10: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí"). Pedro afirmó ante el Sanedrín: "No existe bajo el cielo otro Nombre (ónoma) dado a los hombres, por el cual podamos alcanzar la salvación" (Hech 4, 12). Se trata, entonces, de la salvación; es interesante señalar que este término, sôtèría, ya en el griego clásico significaba la liberación, salud o conservación plenaria de la persona, seguridad para alguien tan inseguro como el ser humano. No puede reducirse a un beneficio provisorio, ni mezclarse con él. La Iglesia no puede dejar de proclamar esta realidad, de presentarla con el máximo respeto y amor por todos; es el servicio que les debe, ejercido con una prudencia que jamás se identifica con el acomodo o el relativismo, porque es sabiduría en el Espíritu Santo.

     Por último: podríamos decir que existe una única grieta (si cabe ese nombre) necesaria, imprescindible, evangélica. Los Sinópticos, al presentar la predicación de Jesús muestran que ella, que Él es signo de contradicción; así lo anunció el anciano Simeón a María: Jesús sería sêmeion antilegómenon, y a la Madre una espada le atravesaría el corazón; entonces quedarían al descubierto los íntimos pensamientos de los hombres (Lc 2, 34s.). Jesús mismo declara que no vino a traer la paz (eirene) sino la espada (májaira), y expone los términos de esa grieta: "He venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra" (Mt 8, 34 s.). Vino a separar (dijásai); este verbo, dijádzo, significa dividir en dos. Es la división contraria a la que provoca el Enemigo; de su influjo perverso precisamente separa, en función de la Verdad, del Amor, de la salvación. Suscita la libertad, para que esa elección, lejos de menoscabar, solidifique el Cuerpo de la Iglesia, para que reine en él -entonces sí- la paz, la armonía de la fraternidad. ¿Paradojal?. Es el misterio mismo de Cristo y de su Evangelio. La grieta es una salida, un éxodo. Cito a Joseph Ratzinger: "No podemos encontrar a Dios sino en este éxodo, en este salir de la comodidad de nuestro presente para entrar en el ocultamiento de la luminosidad proveniente de Dios".

     El cristianismo no es irenista. Quien prefiera otra cosa a Cristo no es digno de Él. San Benito expresó bellamente, en su Regla, instrumento fundamental de la edificación de Europa, el absoluto del cristianismo: "No anteponer absolutamente nada a Cristo" (Nihil omnino Christo praeponere). Omnino: entera, absolutamente, totalmente.


Lunes, 13 de julio de 2020.
Memoria de San Enrique.

domingo, 5 de julio de 2020

Explicación de la Santa Misa


No hay obra más excelente y divina que la Santa Misa; pues la substancia y valor es el mismo sacrificio que Jesucristo ofreció al Eterno Padre en la cruz por nuestra Redención. Una sola Misa da más gloria a Dios que la que le dan todos los Ángeles y Santos y es de mayor precio y eficacia que todos los méritos de los Apóstoles, Mártires, Confesores y hasta de María Santísima.

Procura pues, cristiano, asistir todos los días, si puedes, a la Misa. Al menos, nunca faltes en día de precepto, asistiendo siempre a ella con gran atención y respeto. Abominable cosa sería participar de ella con ropas indecentes, estar medio recostado en los bancos, o con una postura irreverente, mirar a todas partes, hablar, reír o renovar irreverencias los insultos que los judíos y soldados romanos hacían a Jesús en su dolorosa Pasión.


Misterios que se representan en la Misa


El sacerdote revestido con los ornamentos sagrados representa a Jesucristo en su dolorosa Pasión.¿Ves aquel lienzo que pone en su cabeza? Es el Amito, y significa el sucio velo con que los soldados vendaron a Jesús los ojos, dándole bofetadas y diciéndole: Adivina ¿quién te dio?

El Alba significa la vestidura blanca que por escarnio le mandó poner Herodes, tratándole como loco: ¡ay!¡era la Majestad y Sabiduría infinita!

El Cíngulo es figura de la soga con que le ataron cuando le prendieron en el huerto de Getsemaní.

El Manipulo representa la cuerda con que le ataron a la columna para azotarlo.

La Estola significa la soga que le pusieron en el cuello cuando fue con la cruz a cuestas, como un facineroso, conducido al Calvario.

La Casulla recuerda la púrpura que por escarnio le pusieron los soldados al coronarlo de espinas.

En el Cáliz puedes considerar el sepulcro y en los Corporales el sudario con que amortajaron su Cuerpo santísimo.

Aviva la fe, cristiano: ya comienza el gran Sacrificio, compendio de todas las maravillas, y fuente de todas las bendiciones y gracias del Altísimo.

Di pues, con el sacerdote: En el nombre del Padre...
                        

Este Altar significa el monte Calvario, donde expiró tu divino Redentor. El Sacerdote ya no es un hombre, sino el mismo Jesucristo, que va ofrecerse al Eterno Padre por tu redención...

¡Ay!¡Qué dicha tan grande la nuestra! Ahora en unión con el Sacerdote, vamos a ofrecer a Dios la víctima pura, santa e inmaculada. Ahora podemos liquidar todas nuestras deudas, y recibir todas cuantas gracias necesitamos...¡Quién me diera, oh Jesús mío, el fervor con que los Santos asistían a este Sacrificio! Al menos, Señor, no quiero distraerme voluntariamente; sino unir mi intención con todo cuanto diga y haga tu Ministro.

El Introito significa los vivos deseos con que los santos Padres suspiraban por la venida del Mesías, que los había de librar de las sombras y tinieblas de la muerte...¿Y cuándo, Señor, libraréis mi alma de la ignominiosa esclavitud del vicio?

Los Kyries, que quieren decir, Señor, ten misericordia de nosotros, se dicen en alabanza de la Santísima Trinidad, tres en honor de cada Persona...¡Y cómo no esperaré misericordia! El Padre me creó, el Hijo me redimió, el Espíritu Santo me santificó.


En el Gloria in excelsis medita la alegría de los Ángeles y Pastores al nacimiento de Cristo.¡Oh, y cuánto te ama Dios, que se ha hecho niño, y está tiritando de frío por ti! Adórale, pues, en espíritu con todo fervor.

Al volverse el sacerdote de cara al pueblo, diciendo: Dominus vobiscum, acuérdate de la caridad inmensa con que Jesús hablaba de sus discípulos, acogía y perdonaba a los pecadores.

Las Colectas u oraciones que dice el Sacerdote, significan las muchas veces que Jesús oró por nosotros en el decurso de su vida...Ahora también ruega por ti el Sacerdote en nombre de toda la Iglesia. ¿Y qué no alcanzará pidiendo en nombre de tal Esposa, y por los méritos infinitos de sus Esposo y mediador Jesucristo?

La Epístola denota la predicación de los Profetas y especialmente de San Juan Bautista. No envidies la suerte del pueblo escogido. Hablándote está Dios también ahora por esas admirables epístolas, dictadas por el Espíritu Santo, y por las exhortaciones de sus Ministros; escúchalas con atención y docilidad, si quieres ser del número de los predestinados.


En el Gradual considera la penitencia que hacían en el desierto los que recibían el bautismo de San Juan, y en el Aleluya la alegría que experimenta el alma, después de recobrada la gracia...¿Y hasta cuándo estará la tuya privada de tanta felicidad?

El Evangelio significa la predicación de Jesucristo. Nos ponemos en pie, en testimonio de que estamos dispuestos a dar la propia sangre y vida en confirmación de la verdad de su doctrina. Nos persignamos con el Sacerdote, en señal de que no sólo queremos creerla interiormente sino también confesarla de palabra y practicarla con las obras. Pero¡ay¡cuántas veces te avergüenzas todavía de no profesar las máximas del santo Evangelio!


El Credo es un resumen de todo cuanto debe creer el cristiano. Se arrodilla el pueblo con el Sacerdote al decir Incarnatus est, adorando a Dios anonadado en las purísimas entrañas de María Santísima.¿Y no será justo que yo, polvo y ceniza, abata mi orgullo, creyendo todo cuanto la fe me propone, y sujetándome a todo cuanto me manda Dios por medio de sus ministros y vicarios de la tierra?

Al Ofertorio da gracias al Verbo Divino por la prontísima voluntad con que se ofreció a padecer y morir por nuestro amor... ¡Quién me dijera, oh buen Jesús, que así como el pan y el vino que ahora te ofrece el Sacerdote, se convertirán en tu Cuerpo y Sangre preciosísima, así también mi alma se transformase en Vos!



Las gotas de aguas que el Sacerdote echa en el Cáliz significan el agua misteriosa que manó del costado de Jesús, cuando, después de muerto, se lo abrió el soldado con una lanzada.

Al Orate fratres, acuérdate del aviso que dio Jesús a los Apóstoles en el huerto, encargándoles que velasen y orasen, para no entrar en la tentación.

¿Y si hubieras tú recaído tan fácilmente en el pecado, si hubieses seguido tan importante consejo? Ya me enmendaré, Señor, con tu Gracia Divina. Ya seré más fervoroso en la oración, y más fiel en huir de las ocasiones de pecar.

El Prefacio y Sanctus significan la entrada de Cristo en Jerusalem, y la alegría con que el pueblo lo salió a recibir con ramos de palma y olivo. Elévate en espíritu hasta el trono de la divinidad, escucha los cánticos que entonan los querubines y serafines, y en reparación de las blasfemias, que tantos hombres ingratos profieren contra Dios, di tres veces con los espíritus celestiales:
¡ Santo, Santo, Santo, es el Señor, Dios de los ejércitos! Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.
   

¿Ves al sacerdote que en el Memento, junta las manos, inclina la cabeza, con los ojos bajos y la boca cerrada? Así, estaba Jesús en su Pasión: inclinó la cabeza al recibir la soga que le pusieron en el cuello. Juntó las manos, dejándoselas atar. Bajó sus divinos ojos y cerró la boca, sin disculparse. Guardaba tal silencio que el mismo juez Pílanos quedó asombrado de tanta paciencia...¡Señor, tanto sufriste por mí, y que yo nada sepa sufrir por vos!
             
Las elevaciones de la Hostia y el Cáliz consagrados, significan cuando Cristo fue levantado en la Cruz...Ya ha llegado el momento dichoso: ya va ofrecerse el tremendo Sacrificio. Ya el Hijo de Dios baja del Cielo al altar santo.


No dejes pasar esta ocasión tan preciosa, presenta a Cristo tus faltas y miserias. Habla con él, con la misma confianza que si hablases con el Padre amoroso. Pídele las gracias que necesitas tú, tus hijos, parientes y amigos. Ruega por el Papa, por las necesidades de la Iglesia y de tu país. Reza por los sacerdotes, por la conversión de los pecadores y hasta por tus mismos enemigos.


Al Nobis quoque pecatorius,  el sacerdote eleva la voz y se da un golpe en el pecho, para recordar el arrepentimiento del centurión y otros, al ver expirar a nuestro Salvador, reconociéndolo por Hijo de Dios verdadero...¿Y tú, que también lo reconoces por tal, renovarás su pasión y muerte con nuevos pecados?

Las siete peticiones que encierra el Pater noster, recuerdan las siete palabras que dijo Jesucristo en la cruz, en aquellas tres horas que duró la cruel agonía, que padeció por nuestro amor.
He aquí esas memorables palabras:
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Hoy estarás conmigo en el Paraíso.
He ahí a tu Madre...Mujer, he ahí a tu Hijo.
Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?
Tengo sed.
Todo está cumplido.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Al partir la Hostia, piensa como el alma de Cristo, separada del cuerpo, bajó al seno de Abraham a liberar a las almas de los santos padres; quedándose la divinidad unida con el alma y cuerpo, como ahora está Cristo presente en las tres partes en que se divide la Hostia.

El Pax Domini y Agnus Dei, significan las apariciones de Jesucristo resucitado a sus discípulos, dándoles la paz...¡Dulce Jesús! Danos también a nosotros esa paz que sobrepasa todas las delicias de la tierra.

Con la Comunión del Sacerdote,  se consuma el Sacrificio de la Misa, que no es otro, que el mismo Sacrificio Redentor de la Cruz.

Al volver el misal puedes considerar la admirable conversión de tantos judíos y gentiles, que pasaron, como tú, de las tinieblas de la muerte a la sagrada luz del Evangelio...¿Y cómo te pagaré Señor, tan gran beneficio?¿Qué méritos viste en mí para darme tan inestimable favor?

Las últimas oraciones que dice el sacerdote representan las que Jesús dirige al eterno Padre, intercediendo por nosotros. No nos ha abandonado nuestro amabilísimo Redentor. Él está intercediendo continuamente por nosotros ante su Padre. ¡Si pudiéramos desear nuestra salvación como Él la desea!

Ite, missa est, escuchamos. Ya hemos asistido al Santo Sacrificio de la Misa. Y el Hijo de Dios se ha   de nuevo por nuestra redención. Como lo hizo con los apóstoles antes de su Ascensión,  Cristo nos bendice, por las manos del sacerdote.Recibamos esa bendición de rodillas, pidiendo se extienda a nuestras familias.

Antes de salir de la Iglesia, digamos a Jesús Sacramentado: "Me voy a cumplir con mis obligaciones, pero aquí te dejo mi corazón."


Tomado y adaptado de "Ancora de Salvación" - R.P. José Mach, s.j. - Editorial Argentina de Misales - 1952

La Verdad - Santa Teresa de Jesús


sábado, 4 de julio de 2020

miércoles, 1 de julio de 2020

DEVOCIÓN A LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE CRISTO


CARTA APOSTÓLICA
INDE A PRIMIS
DE SU SANTIDAD 
JUAN XXIII
A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS, PRIMADOS,
ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS DE LUGAR
EN PAZ Y COMUNIÓN
CON LA SEDE APOSTÓLICA SOBRE
EL FOMENTO DEL CULTO
A LA PRECIOSÍSIMA SANGRE

 DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO



Venerables Hermanos
salud y Bendición Apostólica.

Muchas veces desde los primeros meses de nuestro ministerio pontificio —y nuestra palabra, anhelante y sencilla, se ha anticipado con frecuencia a nuestros sentimientos— ha ocurrido que invitásemos a los fieles en materia de devoción viva y diaria a volverse con ardiente fervor hacia la manifestación divina de la misericordia del Señor en cada una de las almas, en su Iglesia Santa y en todo el mundo, cuyo Redentor y Salvador es Jesús, a saber, la devoción a la Preciosísima Sangre.

Esta devoción se nos infundió en el mismo ambiente familiar en que floreció nuestra infancia y todavía recordamos con viva emoción que nuestros antepasados solían recitar las Letanías de la Preciosísima Sangre en el mes de julio.

Fieles a la exhortación saludable del Apóstol: "Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos, para apacentar la Iglesia de Dios, que El adquirió con su sangre", creemos, venerables Hermanos, que entre las solicitudes de nuestro ministerio pastoral universal, después de velar por la sana doctrina, debe tener un puesto preeminente la concerniente al adecuado desenvolvimiento e incremento de la piedad religiosa en las manifestaciones del culto público y privado. Por tanto, nos parece muy oportuno llamar la atención de nuestros queridos hijos sobre la conexión indisoluble que debe unir a las devociones, tan difundidas entre el pueblo cristiano, a saber, la del Santísimo Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón, con la que tiende a honrar la Preciosísima Sangre del Verbo encarnado "derramada por muchos en remisión de los pecados".

Sí, pues, es de suma importancia que entre el Credo católico y la acción litúrgica reine una saludable armonía, puesto que lex credendi legem statuat supplicandi (la ley de la fe es la pauta de la ley de la oración) y no se permitan en absoluto formas de culto que no broten de las fuentes purísimas de la verdadera fe, es justo que también florezca una armonía semejante entre las diferentes devociones, de tal modo que no haya oposición o separación entre las que se estiman como fundamentales y más santificantes, y al mismo tiempo prevalezcan sobre las devociones personales y secundarias, en el aprecio y práctica, las que realizan mejor la economía de la salvación universal efectuada por "el único Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos" . Moviéndose en esta atmósfera de fe recta y sana piedad los creyentes están seguros de sentirse cum Ecclesia (sentir con la Iglesia), es decir, de vivir en unión de oración y de caridad con Jesucristo, Fundador y Sumo Sacerdote de aquella sublime religión que junto con el nombre toma de El toda su dignidad y valor.

Si echamos ahora ,una rápida ojeada sobre los admirables progresos que ha logrado la Iglesia Católica en el campo de la piedad litúrgica, en consonancia saludable con el desarrollo de la fe en la penetración de las verdades divinas, es consolador, sin duda, comprobar que en los siglos más cercanos a nosotros no han faltado por parte de esta Sede Apostólica claras y repetidas pruebas de asentimiento y estímulo respeto a las tres mencionadas devociones; que fueron practicadas desde la Edad Media por muchas almas piadosas y propagadas después por varias diócesis, órdenes y congregaciones religiosas, pero que esperaban de la Cátedra de Pedro la confirmación de la ortodoxia y la aprobación para la Iglesia universal.
   

Baste recordar que nuestros Predecesores desde el siglo XVI enriquecieron con gracias espirituales la devoción al Nombre de Jesús, cuyo infatigable apóstol en el siglo pasado fue, en Italia, San Bernardino de Sena. En honor de este Santísimo Nombre se aprobaron de modo especial el Oficio y la Misa y a continuación las Letanías. No menores fueron los privilegios concedidos por los Romanos Pontífices al culto del Sacratísimo Corazón, en cuya admirable propagación tuvieron tanta influencia las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque. Y tan alta y unánime ha sido la estima de los Sumos Pontífices por esta devoción, que se complacieron en explicar su naturaleza, defender su legitimidad, inculcar la práctica con muchos actos oficiales a los que han dado remate tres importantes Encíclicas sobre el misma tema.

Asimismo la devoción a la Preciosísima Sangre, cuyo propagador admirable fue en el siglo pasado; el sacerdote romano San Gaspar del Búfalo, obtuvo merecido asentimiento de esta Sede Apostólica. Conviene recordar que por mandato de Benedicto XIV se compusieron la Misa y el Oficio en honor de la Sangre adorable del Divino Salvador; y que Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la fiesta litúrgica a la Iglesia universal. Por último Pío XI, de feliz memoria, como recuerdo del XIX Centenario de la Redención, elevó dicha fiesta a rito doble de primera clase, con el fin de que, al incrementar la solemnidad litúrgica, se intensificase también la devoción y se derramasen más copiosamente sobre los hombres los frutos de la Sangre redentora.

Por consiguiente, secundando el ejemplo de nuestros Predecesores, con objeto de incrementar más el culto a la preciosa Sangre del Cordero inmaculado, Cristo Jesús, hemos aprobado las Letanías, según texto redactado por la Sagrada Congregación de Ritos, recomendando al mismo tiempo se reciten en todo el mundo católico ya privada ya públicamente con la concesión de indulgencias especiales .

¡Ojalá que este nuevo acto de la "solicitud por todas las Iglesias", propia del Supremo Pontificado, en tiempos de más graves y urgentes necesidades espirituales, cree en las almas de los fieles la convicción del valor perenne, universal, eminentemente práctico de las tres devociones recomendadas más arriba!

Así, pues, al acercarse la fiesta y el mes consagrado al culto de la Sangre de Cristo, precio de nuestro rescate, prenda de salvación y de vida eterna, que los fieles la hagan objeto de sus más devotas meditaciones y más frecuentes comuniones sacramentales. Que reflexionen, iluminados por las saludables enseñanzas que dimanan de los Libros Sagrados y de la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia en el valor sobreabundante, infinito, de esta Sangre verdaderamente preciosísima, cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere (de la cual una sola gota puede salvar al mundo de todo pecado), como canta la Iglesia con el Doctor Angélico y como sabiamente lo confirmó nuestro Predecesor Clemente VI. Porque, si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios e infinita la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su nacimiento y después con mayor abundancia en la agonía del huerto , en la flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de esa misma divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables.



Y al culto de latría, que se debe al Cáliz de la Sangre del Nuevo Testamento, especialmente en el momento de la elevación en el sacrificio de la Misa, es muy conveniente y saludable suceda la Comunión con aquella misma Sangre indisolublemente unida al Cuerpo de Nuestro Salvador en el Sacramento de la Eucaristía. Entonces los fieles en unión con el celebrante podrán con toda verdad repetir mentalmente las palabras que él pronuncia en el momento de la Comunión: Calicem salutaris accipiam et nomem Domini invocabo... Sanguis Domini Nostri Iesu Christi custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen. Tomaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor... Que la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna. Así sea. De tal manera que los fieles que se acerquen a él dignamente percibirán con más abundancia los frutos de redención, resurrección y vida eterna, que la sangre derramada por Cristo "por inspiración del Espíritu Santo" [mereció para el mundo entero. Y alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, hechos partícipes de su divina virtud que ha suscitado legiones de mártires, harán frente a las luchas cotidianas, a los sacrificios, hasta el martirio, si es necesario, en defensa de la virtud y del reino de Dios, sintiendo en sí mismos aquel ardor de caridad que hacía exclamar a San Juan Crisóstomo: "Retirémonos de esa Mesa como leones que despiden llamas, terribles para el demonio, considerando quién es nuestra Cabeza y qué amor ha tenido con nosotros... Esta Sangre, dignamente recibida, ahuyenta los demonios, nos atrae a los ángeles y al mismo Señor de los ángeles... Esta Sangre derramada purifica el mundo... Es el precio del universo, con ella Cristo redime a la Iglesia... Semejante pensamiento tiene que frenar nuestras pasiones. Pues ¿hasta cuándo permaneceremos inertes? ¿Hasta cuándo dejaríamos de pensar en nuestra salvación? Consideremos los beneficios que el Señor se ha dignado concedernos, seamos agradecidos, glorifiquémosle no sólo con la fe, sino también con las obras".

¡Ah! Si los cristianos reflexionasen con más frecuencia en la advertencia paternal del primer Papa: "Vivid con temor todo el tiempo de vuestra peregrinación, considerando que habéis sido rescatados de vuestro vano vivir no con plata y oro, corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha!". Si prestasen más atento oído a la exhortación del Apóstol de las gentes: "Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo".

¡Cuánto más dignas, más edificantes serían sus costumbres; cuánto más saludable sería para el mundo la presencia de la Iglesia de Cristo! Y si todos los hombres secundasen las invitaciones de la gracia de Dios, que quiere que todos se salven, pues ha querido que todos sean redimidos con la Sangre de su Unigénito y llama a todos a ser miembros de un único Cuerpo místico, cuya Cabeza es Cristo, ¡cuánto más fraternales serían las relaciones entre los individuos, los pueblos y las naciones; cuánto más pacífica, más digna de Dios y de la naturaleza humana, creada a imagen y semejanza del Altísimo, sería la convivencia social!


Debemos considerar esta sublime vocación a la que San Pablo invitaba a los fieles procedentes del pueblo escogido, tentados de pensar con nostalgia en un pasado que sólo fue una pálida figura y el preludio de la Nueva Alianza: "Vosotros os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial y a las miríadas de ángeles, a la asamblea, a la congregación de los primogénitos, que están escritos en los cielos, y a Dios, Juez de todos, y a los espíritus de los justos perfectos, y al Mediador de la nueva Alianza, Jesús, y a la aspersión de la sangre, que habla mejor que la de Abel".

Confiando plenamente, venerables Hermanos, en que estas paternales exhortaciones nuestras, que daréis a conocer de la manera que creáis más oportuna al Clero y a los fieles confiados a vosotros, no sólo serán puestas en práctica de buen grado, sino también con ferviente celo, como auspicio de las gracias celestiales y prenda de nuestra especial benevolencia, con efusión de corazón impartimos la Bendición Apostólica a cada uno de vosotros y toda vuestra grey, y de modo especial a todos los que respondan generosa y plenamente a nuestra invitación.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el treinta de junio de 1960, vigilia de la fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, segundo año de nuestro Pontificado.

IOANNES PP.XXIII.