Por AGUSTÍN DE BEITIA
Cuatro meses con los templos cerrados, sin culto público y sin que los fieles tengan acceso a los sacramentos. Enfermos sin atención espiritual, ausencia de exequias y responsos. El encierro de la Iglesia católica ante la epidemia de coronavirus no tiene precedentes en la historia. Una excepcionalidad difícil de justificar, puesto que siempre estuvo permitido ir al supermercado, y que todavía se prolongará en algunas zonas de nuestro país, como en la capital.
La pasividad de la jerarquía eclesiástica, incluso sus amonestaciones a los pocos sacerdotes que arriesgaron sus vidas para asistir a los fieles, y los tibios pedidos recientes de reapertura cuando ya han vuelto a la normalidad otras actividades no hacen más que aumentar la perplejidad.
Para repasar estas anomalías, para contrastar con lo ocurrido durante otras pandemias y analizar lo que está sucediendo, La Prensa conversó con Antonio Caponnetto, doctor en Filosofía y profesor de Historia, además de investigador jubilado del Conicet y director de la revista Cabildo. Caponnetto, referente del nacionalismo católico y vehemente conferencista, es autor de numerosos libros, los últimos de los cuales son Democracia y providismo y Educación sexual integral. Lecciones políticamente incorrectas. Está por publicar Respuestas sobre la independencia, que es continuación de otro libro titulado Independencia y nacionalismo.
-No es la primera pandemia de la historia y no es la primera vez que se suprime el culto público y el acceso a los sacramentos. ¿Qué ocurrió en otras ocasiones?
-Ante esas situaciones extremas la Iglesia siempre supo reaccionar con una mirada sobrenatural y con una conducta parresíaca, de santa audacia. Hasta tal punto que han sido esas epidemias las que han dado ocasión a un reverdecimiento de santos que hoy están en los altares, como San Roque, San Camilo, San José de Calasanz, San Carlos Borromeo o San Francisco Solano. La Iglesia respondió con actitudes heroicas y santas. Se puso al frente de una población sufrida y castigada y aceptó ella misma los sufrimientos. Cargó sobre sus hombros llagados la cruz y dio testimonio de la verdad.
-Qué casos concretos destacaría.
-Solo citaré dos. En Argentina tenemos el triste caso de la fiebre amarilla en 1871. De 180 mil habitantes murieron 13.600. La Iglesia entregó 67 sacerdotes, el 22% de los sacerdotes que existían en total en la Capital Federal. Fueron al martirio alegremente. Sacando el Santísimo a las calles, sacando los hostiarios en cada casa, corriendo todos los riesgos. Todavía no existía la supuesta "Iglesia en salida" de la que se habla ahora, ni el "olor a oveja". No. Era simplemente la Iglesia católica, con sus hijos sencillos y simples, pero saliendo por las calles con la eucaristía, con los sacramentos, con la confesión, con los hostiarios. Cada uno de los cuales se entregó en forma callada, pero gloriosa y triunfal. De esos 67 sacerdotes santos nadie habla. Fueron capaces de dar testimonio hasta la muerte durante la presidencia de Sarmiento, que huyó como Sobremonte. Y esos sacerdotes no tuvieron ningún pontífice que los acusara de ser adolescentes por desafiar la pandemia.
-Usted hablaba de otro caso histórico.
-El otro caso que he podido estudiar es el de la peste sevillana de 1649. En Sevilla murió el 46% de la población: 60 mil personas. Unos 400 cadáveres estaban tirados literalmente sobre las escalinatas de la Catedral. Y cuando llegó la fiesta de Corpus Christi el arzobispo de la zona, en persona, ayudó a retirar los 400 cadáveres para darles cristiana sepultura, y con el resto de los feligreses sacó el Santísimo en procesión. Hoy no hay un solo gesto equivalente. Nadie le conoce la cara al señor Poli. ¡Señor Poli: dé la cara! ¡Salga de la curia! ¿Son tan gruesas las paredes de la curia como para que no le llegue el grito fiel y devoto de los fieles comunes y de a pie? ¡Saque el Santísimo! ¡Reparta los hostiarios! ¿Y quién conoce al Nuncio apostólico? ¡Está escondido en la Nunciatura!
-Hay que reconocer a los buenos sacerdotes que hemos visto en esta pandemia.
-No puedo dar nombres para no comprometerlos. Pero me consta que existen sacerdotes honrosísimos que han recorrido las casas de los fieles, los hospitales, que se han expuesto. Que han llevado rosarios, escapularios, hostiarios. Es increíble. No solamente no son puestos como paradigmas o arquetipos sino que son interpelados. Es la pequeña grey, de la que habla el Evangelio, la que ha hecho posible que no se enfriara la caridad. Porque uno de los síntomas más abrumadores de lo que estamos padeciendo es lo que dice el Evangelio: se enfriará la caridad por causa de la maldad. Hemos visto casos desgarradores de enfriamiento de la caridad: ancianos que han muerto solos, sin asistencia, lejos de sus parientes, sin la unción de los enfermos; enfermos que han sido abandonados a su suerte. Y esto está pasando delante de nosotros mismos, con la jerarquía eclesiástica muda, callada, escondida. Esto clama al cielo.
-No se han visto muchas de esas procesiones con el Santísimo ni interpretaciones sobrenaturales sobre el sentido de esta pandemia como castigo de Dios.
-Debo decir que en ciertas localidades provincianas del interior del país, durante la festividad de Corpus, he tenido registros fotográficos y fílmicos sobre esto, tuvieron la santa audacia de sacar el Santísimo en procesión a la calle. Contraviniendo las órdenes de los obispos respectivos y aun teniendo que recibir castigos de esos obispos. Quiero dejar este testimonio. Hubo sacerdotes que han tenido una mirada sobrenatural de la pandemia como posible expiación de pecados colectivos, merecida expiación, como usted dice. Han existido casos así. No podemos dar los nombres. Parece mentira.
-¿Diría usted que la diferencia central con aquellas épocas que rememoramos al principio es de mentalidad?
-Se podría decir que es una diferencia de mentalidad. Pero creo que sería más atinado decir que es una diferencia de fe. Aquellos hombres tenían una fe católica, sobrenatural, una fe anclada en la esperanza y en la caridad, y estos hombres que conforman la cúpula eclesiástica no tienen fe católica. No tienen una mirada sobrenatural. Son personajes que corresponden, apocalípticamente hablando, a la Iglesia de Pérgamo, a la Iglesia de Laodicea. Es decir, a esas iglesias donde se ha enfriado la caridad y donde sus miembros no son ni fríos ni calientes: son tibios y por eso mismo el Señor los vomitará de su boca. Ahora, los miembros de esta iglesia de Pérgamo y Laodicea deberían recordar aquello que se atribuye al cónsul Escipión: "Roma no paga traidores". No hablo de esta Roma sacrílega, idólatra, pachamámica. Sino de la Roma imperial y eterna, la Roma divina. Esa Roma no paga traidores. Llegará el castigo a la traición. Y no será un castigo humano. Es lo que dice el padre Castellani: no jueguen con Dios. Porque Dios no es un cantor de tangos. Y cuando el pecador le golpee las puertas del cielo no le va a decir: Y bueno, ya que estás acá pasá. No. El dijo: "Algún día has de llamar y no te abriré la puerta y me sentirás llorar". ¡Cardenal Poli, nuncio apostólico, Roma no paga traidores! ¡Salgan a la calle con el Santísimo a cuestas! ¡Salgan a la calle para llevar la salvación! Parece mentira que esto, esto, que es una verdad de catecismo básico, lo tenga que decir alguien como Elisa Carrió. Es desesperante.
-Alguien podría decir: si otras veces en la historia sucedió esto de quedar sin misas y sin sacramentos, ¿cuál es el problema? ¿No se puede santificar el domingo de otra forma?
-Por supuesto que sí. El problema actual no es la supresión de la misa. Porque la misa se sigue celebrando "ad intra". Pero ¡hace cuatro meses que la Iglesia no bautiza! Esto es grave y no se ha dicho nada. Se le han negado también al pueblo fiel los sacramentales. ¡No hay agua bendita! Cuando yo era chico, en el catecismo de primeras nociones se decía que el agua bendita tenía varios propósitos y varias facultades. Por ejemplo: disipar las turbaciones, disipar las dudas, los pecados veniales. ¡No hay agua bendita en los escasos templos que siguen abiertos! ¡Hay alcohol en gel! Es gravísimo.
-Es muy extraño lo que sucede. Hablaba usted de la falta de asistencia espiritual a los enfermos. Me consta que hay sacerdotes que han tenido que hacer peripecias para entrar a los hospitales. Y tampoco hay exequias.
-¡No hay funerales! ¡No hay despedida de los muertos! ¡No hay unción de los enfermos! ¡No hay responsos! Esto es algo que no tiene precedentes. A los familiares les entregan las bolsitas con las cenizas.
-¿Ve usted un interés particular de la administración civil para forzar una secularización que ya viene desde hace tiempo?
-Es evidente que el poder civil y el eclesiástico trabajan juntos. Porque si nosotros analizamos lo que propone Rodríguez Larreta para la reapertura de la actividad religiosa, los pasos son desesperantes. En la fase 4, que empieza el 10 de agosto, dice que los templos quedarán habilitados para actividades de rezo individual, junto con la gastronomía en espacios exteriores y las peluquerías. Y en la fase 9, que empezaría el 14 de septiembre, el genio que asesoró a Larreta dice que los fieles volverán a las celebraciones religiosas, con el 80% de la capacidad, junto con los shoppings. Es clarísimo. Lo que está diciendo el poder civil es que un templo es un lugar donde se reúne gente. El templo es un lugar consagrado, lugar bendito, lugar del ocio contemplativo, de los trascendentales del ser, como decía Pieper. Para estos sinvergüenzas, es equivalente a un shopping. Y la Iglesia lo acepta. No dice absolutamente nada. Entonces, el Estado y la Iglesia marchan juntos hacia un proceso de secularización inmanentista, raigalmente materialista.
-Ahora, hay otra cuestión: ¿la Iglesia tiene que pedir permiso para abrir los templos?
-No, de ninguna manera. El Estado no puede regir la "lex orandi" de la Iglesia. Y esto es lo que aquí se está permitiendo. Ahora, que la Iglesia permita esto significa que está incurriendo en una conducta herética o heretizante. Se llama regalismo. Es la intromisión del poder civil en la vida de la Iglesia. Esto ya fue condenado. El papa Inocencio X condenó esta conducta en la constitución apostólica "Cum Occasione". Y el papa Alejandro VIII, en el año 1691, lo hizo en la bula "Inter-multiplicis". Ni Poli ni el Papa dicen nada a Larreta. No puede decidir si puede haber o no en un templo agua bendita. Esto está condenado. La actitud medrosa de la Iglesia hoy es humillante.
La pasividad de la jerarquía eclesiástica, incluso sus amonestaciones a los pocos sacerdotes que arriesgaron sus vidas para asistir a los fieles, y los tibios pedidos recientes de reapertura cuando ya han vuelto a la normalidad otras actividades no hacen más que aumentar la perplejidad.
Para repasar estas anomalías, para contrastar con lo ocurrido durante otras pandemias y analizar lo que está sucediendo, La Prensa conversó con Antonio Caponnetto, doctor en Filosofía y profesor de Historia, además de investigador jubilado del Conicet y director de la revista Cabildo. Caponnetto, referente del nacionalismo católico y vehemente conferencista, es autor de numerosos libros, los últimos de los cuales son Democracia y providismo y Educación sexual integral. Lecciones políticamente incorrectas. Está por publicar Respuestas sobre la independencia, que es continuación de otro libro titulado Independencia y nacionalismo.
-No es la primera pandemia de la historia y no es la primera vez que se suprime el culto público y el acceso a los sacramentos. ¿Qué ocurrió en otras ocasiones?
-Ante esas situaciones extremas la Iglesia siempre supo reaccionar con una mirada sobrenatural y con una conducta parresíaca, de santa audacia. Hasta tal punto que han sido esas epidemias las que han dado ocasión a un reverdecimiento de santos que hoy están en los altares, como San Roque, San Camilo, San José de Calasanz, San Carlos Borromeo o San Francisco Solano. La Iglesia respondió con actitudes heroicas y santas. Se puso al frente de una población sufrida y castigada y aceptó ella misma los sufrimientos. Cargó sobre sus hombros llagados la cruz y dio testimonio de la verdad.
-Qué casos concretos destacaría.
-Solo citaré dos. En Argentina tenemos el triste caso de la fiebre amarilla en 1871. De 180 mil habitantes murieron 13.600. La Iglesia entregó 67 sacerdotes, el 22% de los sacerdotes que existían en total en la Capital Federal. Fueron al martirio alegremente. Sacando el Santísimo a las calles, sacando los hostiarios en cada casa, corriendo todos los riesgos. Todavía no existía la supuesta "Iglesia en salida" de la que se habla ahora, ni el "olor a oveja". No. Era simplemente la Iglesia católica, con sus hijos sencillos y simples, pero saliendo por las calles con la eucaristía, con los sacramentos, con la confesión, con los hostiarios. Cada uno de los cuales se entregó en forma callada, pero gloriosa y triunfal. De esos 67 sacerdotes santos nadie habla. Fueron capaces de dar testimonio hasta la muerte durante la presidencia de Sarmiento, que huyó como Sobremonte. Y esos sacerdotes no tuvieron ningún pontífice que los acusara de ser adolescentes por desafiar la pandemia.
-Usted hablaba de otro caso histórico.
-El otro caso que he podido estudiar es el de la peste sevillana de 1649. En Sevilla murió el 46% de la población: 60 mil personas. Unos 400 cadáveres estaban tirados literalmente sobre las escalinatas de la Catedral. Y cuando llegó la fiesta de Corpus Christi el arzobispo de la zona, en persona, ayudó a retirar los 400 cadáveres para darles cristiana sepultura, y con el resto de los feligreses sacó el Santísimo en procesión. Hoy no hay un solo gesto equivalente. Nadie le conoce la cara al señor Poli. ¡Señor Poli: dé la cara! ¡Salga de la curia! ¿Son tan gruesas las paredes de la curia como para que no le llegue el grito fiel y devoto de los fieles comunes y de a pie? ¡Saque el Santísimo! ¡Reparta los hostiarios! ¿Y quién conoce al Nuncio apostólico? ¡Está escondido en la Nunciatura!
-Hay que reconocer a los buenos sacerdotes que hemos visto en esta pandemia.
-No puedo dar nombres para no comprometerlos. Pero me consta que existen sacerdotes honrosísimos que han recorrido las casas de los fieles, los hospitales, que se han expuesto. Que han llevado rosarios, escapularios, hostiarios. Es increíble. No solamente no son puestos como paradigmas o arquetipos sino que son interpelados. Es la pequeña grey, de la que habla el Evangelio, la que ha hecho posible que no se enfriara la caridad. Porque uno de los síntomas más abrumadores de lo que estamos padeciendo es lo que dice el Evangelio: se enfriará la caridad por causa de la maldad. Hemos visto casos desgarradores de enfriamiento de la caridad: ancianos que han muerto solos, sin asistencia, lejos de sus parientes, sin la unción de los enfermos; enfermos que han sido abandonados a su suerte. Y esto está pasando delante de nosotros mismos, con la jerarquía eclesiástica muda, callada, escondida. Esto clama al cielo.
-No se han visto muchas de esas procesiones con el Santísimo ni interpretaciones sobrenaturales sobre el sentido de esta pandemia como castigo de Dios.
-Debo decir que en ciertas localidades provincianas del interior del país, durante la festividad de Corpus, he tenido registros fotográficos y fílmicos sobre esto, tuvieron la santa audacia de sacar el Santísimo en procesión a la calle. Contraviniendo las órdenes de los obispos respectivos y aun teniendo que recibir castigos de esos obispos. Quiero dejar este testimonio. Hubo sacerdotes que han tenido una mirada sobrenatural de la pandemia como posible expiación de pecados colectivos, merecida expiación, como usted dice. Han existido casos así. No podemos dar los nombres. Parece mentira.
-¿Diría usted que la diferencia central con aquellas épocas que rememoramos al principio es de mentalidad?
-Se podría decir que es una diferencia de mentalidad. Pero creo que sería más atinado decir que es una diferencia de fe. Aquellos hombres tenían una fe católica, sobrenatural, una fe anclada en la esperanza y en la caridad, y estos hombres que conforman la cúpula eclesiástica no tienen fe católica. No tienen una mirada sobrenatural. Son personajes que corresponden, apocalípticamente hablando, a la Iglesia de Pérgamo, a la Iglesia de Laodicea. Es decir, a esas iglesias donde se ha enfriado la caridad y donde sus miembros no son ni fríos ni calientes: son tibios y por eso mismo el Señor los vomitará de su boca. Ahora, los miembros de esta iglesia de Pérgamo y Laodicea deberían recordar aquello que se atribuye al cónsul Escipión: "Roma no paga traidores". No hablo de esta Roma sacrílega, idólatra, pachamámica. Sino de la Roma imperial y eterna, la Roma divina. Esa Roma no paga traidores. Llegará el castigo a la traición. Y no será un castigo humano. Es lo que dice el padre Castellani: no jueguen con Dios. Porque Dios no es un cantor de tangos. Y cuando el pecador le golpee las puertas del cielo no le va a decir: Y bueno, ya que estás acá pasá. No. El dijo: "Algún día has de llamar y no te abriré la puerta y me sentirás llorar". ¡Cardenal Poli, nuncio apostólico, Roma no paga traidores! ¡Salgan a la calle con el Santísimo a cuestas! ¡Salgan a la calle para llevar la salvación! Parece mentira que esto, esto, que es una verdad de catecismo básico, lo tenga que decir alguien como Elisa Carrió. Es desesperante.
-Alguien podría decir: si otras veces en la historia sucedió esto de quedar sin misas y sin sacramentos, ¿cuál es el problema? ¿No se puede santificar el domingo de otra forma?
-Por supuesto que sí. El problema actual no es la supresión de la misa. Porque la misa se sigue celebrando "ad intra". Pero ¡hace cuatro meses que la Iglesia no bautiza! Esto es grave y no se ha dicho nada. Se le han negado también al pueblo fiel los sacramentales. ¡No hay agua bendita! Cuando yo era chico, en el catecismo de primeras nociones se decía que el agua bendita tenía varios propósitos y varias facultades. Por ejemplo: disipar las turbaciones, disipar las dudas, los pecados veniales. ¡No hay agua bendita en los escasos templos que siguen abiertos! ¡Hay alcohol en gel! Es gravísimo.
-Es muy extraño lo que sucede. Hablaba usted de la falta de asistencia espiritual a los enfermos. Me consta que hay sacerdotes que han tenido que hacer peripecias para entrar a los hospitales. Y tampoco hay exequias.
-¡No hay funerales! ¡No hay despedida de los muertos! ¡No hay unción de los enfermos! ¡No hay responsos! Esto es algo que no tiene precedentes. A los familiares les entregan las bolsitas con las cenizas.
-¿Ve usted un interés particular de la administración civil para forzar una secularización que ya viene desde hace tiempo?
-Es evidente que el poder civil y el eclesiástico trabajan juntos. Porque si nosotros analizamos lo que propone Rodríguez Larreta para la reapertura de la actividad religiosa, los pasos son desesperantes. En la fase 4, que empieza el 10 de agosto, dice que los templos quedarán habilitados para actividades de rezo individual, junto con la gastronomía en espacios exteriores y las peluquerías. Y en la fase 9, que empezaría el 14 de septiembre, el genio que asesoró a Larreta dice que los fieles volverán a las celebraciones religiosas, con el 80% de la capacidad, junto con los shoppings. Es clarísimo. Lo que está diciendo el poder civil es que un templo es un lugar donde se reúne gente. El templo es un lugar consagrado, lugar bendito, lugar del ocio contemplativo, de los trascendentales del ser, como decía Pieper. Para estos sinvergüenzas, es equivalente a un shopping. Y la Iglesia lo acepta. No dice absolutamente nada. Entonces, el Estado y la Iglesia marchan juntos hacia un proceso de secularización inmanentista, raigalmente materialista.
-Ahora, hay otra cuestión: ¿la Iglesia tiene que pedir permiso para abrir los templos?
-No, de ninguna manera. El Estado no puede regir la "lex orandi" de la Iglesia. Y esto es lo que aquí se está permitiendo. Ahora, que la Iglesia permita esto significa que está incurriendo en una conducta herética o heretizante. Se llama regalismo. Es la intromisión del poder civil en la vida de la Iglesia. Esto ya fue condenado. El papa Inocencio X condenó esta conducta en la constitución apostólica "Cum Occasione". Y el papa Alejandro VIII, en el año 1691, lo hizo en la bula "Inter-multiplicis". Ni Poli ni el Papa dicen nada a Larreta. No puede decidir si puede haber o no en un templo agua bendita. Esto está condenado. La actitud medrosa de la Iglesia hoy es humillante.
Tomado del Diario "La Prensa", 26 de julio de 2020.
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