viernes, 18 de enero de 2013

La tiara papal




Mi opinión sobre el tema de la tiara es que ésta es una de esas expresiones máximas de sacralidad, y por tanto de amor. Es decir, llega un momento en que la cuestión ya no es levantar más altos las bóvedas de las catedrales. Llega un momento en que no podemos poner más oro en nuestros cálices, en que ya no caben más gemas. 

Llega un momento en que para ornar el culto, comenzamos a vestir mejor a los ministros de la liturgia. Llega un momento en que comenzamos a manifestar la gloria del poder sacro entregado a los hombres consagrados. Y llega también un momento, en que con ritos y vestiduras y objetos, alcanzamos la cúspide de la manifestación de la grandeza de ese poder entregado a los hombres. 

 Esto lo hacemos para honrar a Dios. Honramos a Dios, manifestando la sacralidad del don entregado a los hombres. Es un modo indirecto. Pero también eso glorifica a Dios. Y le da gloria más que si quisiésemos hacerlo sólo con el Misterio de Dios, excluyendo todo lo que hay alrededor. Honramos a Dios, y honramos a Dios manifestando la excelsitud de sus regalos. En los palacios de los reyes, la belleza de las libreas de los siervos, son una muestra de la grandeza al que se sirve.

 Aunque también por este camino de revestir de magníficamente a los sacerdote, llegamos al final de la montaña. La tiara, la silla gestatoria, las vestiduras pontificias, los flabelos, son esa cima de la montaña. El pequeño bosque sagrado al final de ese camino concreto. Pero talar ese bosque en lo alto de la montaña del culto, no da más gloria a Dios, ni deja más claro la grandeza de su misterio. Honremos a Dios de todos los modos posibles del mejor modo posible.


P. José Antonio Fortea

http://blogdelpadrefortea.blogspot.com.ar

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