jueves, 24 de junio de 2010

Primera mentira


La equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad


¿Ud. Quiere té o café?, ¿prefiere pollo o pescado?, ¿es homosexual o heterosexual? La primera gran mentira de la posición favorable a la legalización de las uniones gay es la equiparación de hecho de la homosexualidad a la heterosexual. La ideología llamada “ del género” pretende que la orientación sexual de las personas es una cuestión cultural y en definitiva cada uno es libre de elegir entre ser homosexual o ser heterosexual. Ello se fundamenta en una visión equivocada de la naturaleza humana (a la que se considera constituida por una libertad absoluta), de la sexualidad ( que se ve como la capacidad de hacer lo que absolutamente uno quiera, en tanto no perjudique los derechos de los demás). De esa manera, tan normal sería una cosa como la otra.


Con poco que utilicemos nuestra razón, se nos hace notoria la falacia de esta argumentación. La persona no es libertad absoluta, sino que tiene una serie de dones básicos que la constituyen y que no puede modificar. La sexualidad es uno de esos dones, y realiza fines mucho más altos que la mera satisfacción física. La libertad es la capacidad de elegir y obrar el bien, y no la arbitrariedad caprichosa que permite saltar toda norma. Dicho esto, examinemos seis razones por las que la homosexualidad no se puede equiparar a la heterosexualidad.


La heterosexualidad se basa en la complementariedad física entre el varón y la mujer, en tanto que la homosexualidad debe recurrir a instrumentos artificiales o vincular las personas a través de miembros u órganos no aptos para ello, lo cual implica ya una degradación, además de favorecer la propagación de enfermedades de transmisión sexual.


La heterosexualidad está naturalmente abierta a la comunicación de la vida, y por lo tanto a recibir una nueva persona en el mundo. En la relación heterosexual el varón y la mujer pueden encontrar un gozo superior en la procreación. Dicho gozo revela la plenitud de su acto de unión. En cambio, la relación homosexual es radicalmente estéril y cerrada en sí misma a la comunicación de la vida.


La relación varón mujer da lugar a una unidad y una complementariedad no sólo desde el punto de vista físico, sino también desde el punto de vista psicológico y espiritual. Dos personalidades sanas, masculina y femenina, al encontrase producen una unidad nueva. El y ella juntos, cada uno con sus rasgos psicológicos y espirituales, dan lugar a una entidad superior. Varón y mujer unidos pueden decir “somos mucho más que dos”. La relación homosexual, por su parte, carece de esa condición de complementariedad, no constituye esa unidad superior, como dos zapatos del mismo pie no hacen un par.


La pareja heterosexual, por esa unidad psicológica y espiritual, se constituye en el principio educativo más adecuado para la recta formación de los hijos. Está comprobado científicamente que los hijos educados por progenitores heterosexuales que viven unidos, en igualdad de las circunstancias, tienen menos patologías y desviaciones de orden psicológico que los que son criados por madres o padres solos o por parejas homosexuales. Ello es lógica consecuencia de los valores humanos que encarna la unión heterosexual estable frente al fenómeno antropológicamente mucho más pobre y vacío de la unión homosexual.


La heterosexualidad es la condición psicológica natural del varón o la mujer que, desde la adolescencia, despierta el atractivo espontáneo por el otro sexo como la promesa de una plenitud en el amor. La homosexualidad, en cambio, frecuentemente tiene como origen una experiencia de abuso sexual sufrido en la infancia, o revela o procede de otros rasgos de inestabilidad e inmadurez física y sobre todo psicológica.


La relación varón mujer está llamada naturalmente a la estabilidad y en general la realiza, más allá de que, debido a la corrupción moral de la sociedad y los ataques contra la familia, se haya incrementado el número de separaciones. La estabilidad es una de las condiciones esenciales de la felicidad que todo ser humano busca como objetivo principal de su vida. Las relaciones homosexuales, en cambio, son frecuentemente pasajeras e inestables; a pesar de ciertas excepciones más duraderas, que suelen ser llamativamente publicitadas por los grupos de presión homosexual, no alcanzan estabilidad, y frecuentemente se asocian a fenómenos de promiscuidad y comercio sexual.


Con todo esto, resulta claro que la equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad es errada y discriminatoria, pues pretende igualar dos situaciones que son radicalmente disímiles. Una, la heterosexualidad, es humana y socialmente fructífera, en tanto, que la otra, la homosexualidad, es en sí misma estéril, más allá de los eventuales elementos afectivos que se puedan encontrar en las uniones homosexuales. En efecto, en la relación homosexual puede haber amor. Pero no todo amor vale lo mismo. No todo amor es recto; no todo amor es humanamente digno; no todo amor es auténtico y fructífero.

No hay comentarios: