sábado, 30 de mayo de 2020

PIO XII y FÁTIMA



Estoy preocupado por lo que le ha confiado la Santísima Virgen a la Hermana Lucía de Fátima. El insistir por parte de la Santa Señora sobre los peligros que amenazan a la Iglesia es una advertencia divina contra el suicidio que representa alterar la Fe en su liturgía, en su teología y en su alma.
Siento entorno mío que los innovadores desean desmantelar la Sagrada Iglesia, destruir la llama universal de la misma, rechazar sus ornamentos y llenarla de culpas por su pasado histórico. Estoy convencido que la Iglesia de Pedro deberá reinvindicar su pasado, de otra forma excavará su propia tumba.
Combatiré esta batalla con todas mis fuerzas tanto al interno de la Iglesia como al externo de Ella, aunque las fuerzas del mal quizás un día se pudieran aprovechar de mi persona, de mis acciones o de mis escritos, como se busca hoy deformar la historia de la Iglesia. Todas las herejías humanas que alteran la Palabra de Dios son inventadas para hacerlas parecer mejores que Ella.
Llegará un día en el que el mundo civilizado renegará al propio Dios, cuando la Iglesia dudará como dudó Pedro. Será tentada de creer que el hombre es Dios, que Su Hijo es un símbolo, una filosofía como tantas otras. En las Iglesias los católicos buscarán las lámparas rojas donde Nuestro Señor nos espera, como la pecadora en lágrimas delante el sepulcro vacío, gritando: “¿A dónde se lo han llevado?.
Entonces se levantaran los sacerdotes del Africa, del Asia, de las Américas -los formados en seminarios misioneros- que dirán y proclamararán que el “Pan de la Vida” no es un pan cualquiera, que la Madre del Dios-Hombre no es una madre como muchas otras. Y seran cortados a pedazos por testimoniar que el Cristianismo no es una religión como las otras, porque su Cabeza es el Hijo de Dios y la Iglesia Católica es Su Iglesia».

Palabras del Cardenal Eugenio Pacelli (luego Pio XII) al conde Enrico Pietro Galeazzi y a Mons. Slozkaz en 1933.

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