sábado, 15 de febrero de 2014

Jean Madiran y la “Historia de la Misa prohibida”



(de Roberto de Mattei, traducciòn de Tradición Digital ) No es quizá una casualidad que Jean Madiran haya fallecido, el 31 de julio de 2013, con 93 años de edad, justo mientras en la Iglesia estallaba el “caso” de los Franciscanos de la Inmaculada. En efecto, los Frailes franciscanos del padre Stefano Manelli se encuentran hoy viviendo un drama que Madiran y otros pioneros de la resistencia católica contra el progresismo vivieron en los años setenta del siglo XX, tras la promulgación del Novus Ordo Missae de Pablo VI.
Jean Madiran, seudónimo de Jean Arfel, nació el 14 de junio de 1920 en Libourne, en el departamento de la Gironda y, desde su más temprana juventud, se hizo notar por sus talentos de escritor y periodista. Se acercó a Charles Maurras, pero una profunda conversión intelectual lo llevó a redescubrir el pensamiento de santo Tomás de Aquino, bajo el magisterio de maestros como Etienne Gilson y Charles Koninck. Con 36 años, en 1956, creó la revista “Itinéraires”, destinada a ser, durante casi cuarenta años, el punto de referencia del mundo de la Tradición en Francia y, en 1982, fundó el diario “Présent” en el que ha seguido publicando sus lúcidos artículos editoriales hasta pocas semanas antes de la muerte. Fue, junto con Augusto Del Noce, Alain Besançon y otros pocos, uno de los estudiosos más agudos de las raíces ideológicas del comunismo (especialmente con La vieillesse du monde, Dominique Martin Morin, 1966), pero sobre todo fue un observador implacable de los procesos de autodemolición de la Iglesia en obras como L’Héresie du XX siècle (Nouvelles Editions Latines, 1968) y La révolution copernicienne dans l’Eglise (Editions de Paris, 2004).
La herejía del siglo XX salió en Francia en 1968 y fue el primer libro que se tradujo al italiano, en 1972, publicado por la editorial de Giovanni Volpe. En esta obra, en la que dijo que había manifestado todas las razones de la batalla intelectual de su vida (“Présent”, 13-14 de mayo de 1988), Madiran denuncia el alejamiento de la doctrina social de la Iglesia por parte del episcopado francés, viendo en esto una de las principales causas de la crisis de su tiempo. En 2011 se tradujeron al italiano otras dos obras suyas muy significativas: L’accordo di Metz tra Cremlino e Vaticano [El acuerdo de Metz entre el Kremlin y el Vaticano] (Editore Pagine) y La destra e la sinistra [La derecha y la izquierda] (Fede e Cultura). Justo en ese año Jean Madiran estuvo en Italia, invitado por la Fundación Lepanto, sorprendiendo a los que le encontraron por su vigor intelectual y por el conocimiento que tenía de las obras críticas sobre el Concilio Vaticano II recientemente publicadas en Italia.

Pero en estos días, Madiran merece ser recordado también por su indómita defensa de la Misa tradicional, de la que trazó la historia en su libro Histoire de la Messe interdite [Historia de la Misa prohibida] (2 voll., Via Romana, 2007 y 2009). Tras la Constitución Apostólica Missale Romanum con la que Pablo VI, el 3 de abril de 1969, introdujo la nueva Misa, el 12 de noviembre de ese mismo año apareció en Francia un decreto, firmado por el cardenal Marty,presidente de la Conferencia Episcopal, con el cual se establecía el uso obligatorio del nuevo Ordo Missae, en francés, a partir del 1 de enero de 1970. Esto conllevaba que la Misa tradicional, vigente desde hace siglos, estaría prohibida desde el 31 de diciembre de 1969. Empezó entonces una batalla que aún no ha concluido.
Recuerda Madiran que desde los años cincuenta del siglo XX, los obispos y los teólogos franceses se habían distanciado de la Iglesia de Roma, acusándola de ser prisionera de una escuela teológica y jurídica represiva. El Vaticano II brindó la ocasión para lanzar un ataque sistemático a la escuela teológica romana y también para contribuir al vuelco litúrgico de Pablo VI, sensible, desde su juventud, a las sugestiones de los ambientes progresistas franceses. Cuando se inauguró el Concilio Vaticano II, en octubre de 1962, padre Yves Congar, futuro cardenal, lo definió entusiasta “la Revolución de octubre de la Iglesia” (refiriéndose a la Revolución de octubre leninista de 1917): una Revolución que no tuvo su punto culminante en los documentos del Concilio, sino en la Reforma litúrgica que los siguió.
Cuando, en abril de 1969, el nuevo Ordo Missae entró en vigencia, unos eminentes miembros de la jerarquía desarrollaron una persuasiva crítica. Los cardenales Ottaviani y Bacci presentaron a Pablo VI un Breve examen crítico del Novus Ordo Missae redactado por un selecto grupo de teólogos de varios países, en el cual se afirmaba que “el Novus Ordo Missae (…) representa, tanto en su conjunto con en los particulares, un impresionante alejamiento de la teología católica de la Santa Misa, tal y como fue formulada en la sesión XXII del Concilio Tridentino el cual, fijando definitivamente los ‘cánones’ del rito, erigió una barrera infranqueable contra cualquier herejía que intentara menoscabar la integridad del misterio”. La crítica del Novus Ordo fue sucesivamente desarrollada por muchos estudiosos laicos, entre ellos: el francés Louis Salleron, el inglés Michael Davies, el brasileño Arnaldo Xavier da Silveira. En Francia, Jean Madiran fue un convencido difusor del Breve examen crítico y recogió en su “Itinéraires” las voces de todos aquellos que, en conciencia, consideraban no poder aceptar la Nueva Misa. Un eminente canonista, el abad Raymond Dulac, volvió a publicar en abril de 1972, con un esmerado comentario suyo, la bula Quo primum (1570) de san Pío V, demostrando cómo la Constitución Missale Romanum de Pablo VI no había abrogado y no podía abrogar la bula tridentina, que garantizaba a la Misa restaurada por el Papa Ghislieri un perpetuo indulto-privilegio.
En enero de 1973 apareció en la revista “Itinéraires” una carta-llamamiento de Madiran dirigida a Pablo VI, del 21 de octubre de 1972, que iniciaba con estas palabras: “Beatísimo Padre, devuélvanos la Escritura, el catecismo y la Mesa, que, cada día más, nos sustrae una burocracia colegial, despótica e impía que, con razón o injustamente, pero sin ser nunca desmentida, pretende imponerse en nombre del Vaticano II y de Pablo VI. Devuélvanos la Misa católica tradicional, latina y gregoriana, según el Misal Romano de san Pío V. Usted permite que se diga que la habría prohibido. Pero ningún pontífice podría, sin abusar del poder, vedar un rito milenario de la Iglesia católica, canonizado por el Concilio de Trento. Si efectivamente se produjera tal abuso de poder, la obediencia a Dios y a la Iglesia sería resistir y no sufrirlo en silencio”. La carta fue sucesivamente co-firmada y comentada por ilustres personalidades como Alexis Curvers, Marcel De presidente de la Conferencia Episcopal, con el cual se establecía el uso obligatorio del nuevo Ordo Missae, en francés, a partir del 1 de enero de 1970. Esto conllevaba que la Misa tradicional, vigente desde hace siglos, estaría prohibida desde el 31 de diciembre de 1969. Empezó entonces una batalla que aún no ha concluido.
Recuerda Madiran que desde los años cincuenta del siglo XX, los obispos y los teólogos franceses se habían distanciado de la Iglesia de Roma, acusándola de ser prisionera de una escuela teológica y jurídica represiva. El Vaticano II brindó la ocasión para lanzar un ataque sistemático a la escuela teológica romana y también para contribuir al vuelco litúrgico de Pablo VI, sensible, desde su juventud, a las sugestiones de los ambientes progresistas franceses. Cuando se inauguró el Concilio Vaticano II, en octubre de 1962, padre Yves Congar, futuro cardenal, lo definió entusiasta “la Revolución de octubre de la Iglesia” (refiriéndose a la Revolución de octubre leninista de 1917): una Revolución que no tuvo su punto culminante en los documentos del Concilio, sino en la Reforma litúrgica que los siguió.
Cuando, en abril de 1969, el nuevo Ordo Missae entró en vigencia, unos eminentes miembros de la jerarquía desarrollaron una persuasiva crítica. Los cardenales Ottaviani y Bacci presentaron a Pablo VI un Breve examen crítico del Novus Ordo Missae redactado por un selecto grupo de teólogos de varios países, en el cual se afirmaba que “el Novus Ordo Missae (…) representa, tanto en su conjunto con en los particulares, un impresionante alejamiento de la teología católica de la Santa Misa, tal y como fue formulada en la sesión XXII del Concilio Tridentino el cual, fijando definitivamente los ‘cánones’ del rito, erigió una barrera infranqueable contra cualquier herejía que intentara menoscabar la integridad del misterio”. La crítica del Novus Ordo fue sucesivamente desarrollada por muchos estudiosos laicos, entre ellos: el francés Louis Salleron, el inglés Michael Davies, el brasileño Arnaldo Xavier da Silveira. En Francia, Jean Madiran fue un convencido difusor del Breve examen crítico y recogió en su “Itinéraires” las voces de todos aquellos que, en conciencia, consideraban no poder aceptar la Nueva Misa. Un eminente canonista, el abad Raymond Dulac, volvió a publicar en abril de 1972, con un esmerado comentario suyo, la bula Quo primum (1570) de san Pío V, demostrando cómo la Constitución Missale Romanum de Pablo VI no había abrogado y no podía abrogar la bula tridentina, que garantizaba a la Misa restaurada por el Papa Ghislieri un perpetuo indulto-privilegio.

En enero de 1973 apareció en la revista “Itinéraires” una carta-llamamiento de Madiran dirigida a Pablo VI, del 21 de octubre de 1972, que iniciaba con estas palabras: “Beatísimo Padre, devuélvanos la Escritura, el catecismo y la Mesa, que, cada día más, nos sustrae una burocracia colegial, despótica e impía que, con razón o injustamente, pero sin ser nunca desmentida, pretende imponerse en nombre del Vaticano II y de Pablo VI. Devuélvanos la Misa católica tradicional, latina y gregoriana, según el Misal Romano de san Pío V. Usted permite que se diga que la habría prohibido. Pero ningún pontífice podría, sin abusar del poder, vedar un rito milenario de la Iglesia católica, canonizado por el Concilio de Trento. Si efectivamente se produjera tal abuso de poder, la obediencia a Dios y a la Iglesia sería resistir y no sufrirlo en silencio”. La carta fue sucesivamente co-firmada y comentada por ilustres personalidades como Alexis Curvers, Marcel De Corte, Henri Rambaud, Louis Salleron, Eric de Saventhem, Jacques Trémolet de Villers, en un volumen, de extrema actualidad, intitulado Réclamation au Saint-Père (Nouvelles Editions Latines, 1974).
Para Madiran el problema de la Misa estaba estrictamente vinculado al del catecismo y de la Sagrada Escritura. De hecho, la prohibición de la Misa había sido precedida por la interdicción general en las diócesis francesas de todos los catecismos pre-conciliares, especialmente del áureo catecismo de san Pío X. Durante 27 años, desde 1956 hasta 1992, año en el que fue promulgado por Juan Pablo II el nuevo Catecismo de la Iglesia católica, la Iglesia francesa quedó sin catecismo y, por lo tanto, sin impartir ninguna educación religiosa a los niños. Estas prohibiciones venían acompañadas, y aún se acompañan, de un vandalismo exegético que tergiversa la Sagrada Escritura. Basta con decir que los comentaristas de la Biblia en versión francesa consideran que todas las palabras de Jesús recogidas en los Evangelios fueron inventadas después de su muerte. Además, desde 1965, la palabra “consustancial”, introducida en el lenguaje dogmático por el Concilio de Nicea (325), ha sido proscrita por los obispos franceses. Desde hace cincuenta años, cuando se recita el Credo, ya no se dice “de la misma sustancia”, sino “de la misma naturaleza”, aduciendo el absurdo pretexto de que el término “sustancia” habría cambiado de significado con el tiempo. Lo cual lleva a vaciar el dogma central del Cristianismo, expresado con el término “transustanciación”.
La protesta de Madiran y de los teólogos de “Itinéraires” acabó con el llamamiento dirigido a Pablo VI, el 6 de julio de 1971, y suscrito por cincuenta y siete exponentes del mundo cultural inglés, entre los que destaca la famosa escritora Agatha Christie (véanse el ensayo de Gianfranco Amato, L’indulto di Agata Christie, Come si è salvata la Messa tridentina in Inghilterra, Fede e Cultura, 2013). Todos ellos pedían a la Santa Sede “que considerara con la máxima gravedad cuál tremenda responsabilidad tendría que asumir ante la historia del espíritu humano si no accediera a dejar vivir en perpetuo a la Misa tradicional”. Entre los firmantes, había un centenar de eminentes personalidades de todo el mundo, entre los cuales, además de los escritores ingleses Agatha Christie, Robert Graves, Graham Green, Malcolm Mudderidge, Bernard Wall, destacaban Romano Amerio, Augusto Del Noce, Marcel Brion, Julien Green, Yehudi Menuhin, Henri de Montherlant, Jorge Luis Borges. El llamamiento de los fieles de todos los países que pedían el restablecimiento de la Misa tradicional, o al menos la “par condicio” para ella, empezaron a multiplicarse sobre todo gracias a la iniciativa de la asociación “Una Voce”. Se hicieron tres peregrinajes internacionales de los católicos hasta Roma para reconfirmar la fidelidad a la Misa y al catecismo de san Pío V.

Este amplio movimiento de resistencia se desarrolló entre 1969 y 1975, bastante antes de la explosión del así llamado “caso Lefebvre”, estallado el 29 de junio de 1976, cuando el arzobispo francés confirió el subdiaconado y el sacerdocio a 26 de sus seminaristas, incurriendo así en la “suspensión a divinis”. El año siguiente, durante una memorable conferencia dada en Roma, en Palacio Pallavicini, Mons. Lefebvre planteó unas preguntas que aún no han recibido respuesta: “¿Cómo puede ser que, continuando a hacer lo que yo mismo he hecho durante 50 años de mi vida, con las congratulaciones, con los alicientes de los Papas, y en particular del Papa Pío XII que me honraba con su amistad, que yo me encuentre hoy a ser considerado un enemigo de la Iglesia? (…) No creo que una cosa parecida sea posible ni concebible. Por lo tanto hay algo que ha cambiado en la Iglesia, algo que ha sido cambiado por los hombres de la Iglesia, en la historia de la Iglesia”. Mons. Lefebvre, presentado erróneamente como el “jefe” de los tradicionalistas, en realidad fue sólo la expresión más visible de un fenómeno que iba mucho más allá de su persona y que ahondaba sus raíces y su causa primera en los problemas levantados por el Concilio Vaticano II y su aplicación.
En los 14 años del pontificado de Pablo VI (1963-1978), el “partido montiniano” ocupó todas las posiciones de poder, desde la cumbre de la Curia romana hasta la presidencia de las conferencias episcopales. El proceso de autodemolición de la Iglesia se hizo dramático y Juan Pablo II heredó una situación ingobernable. Pero, a partir de su pontificado, la hostilidad contra la Misa tradicional empezó a disminuir de manera imperceptible. El Papa formó una comisión secreta compuesta por 8 cardenales, para estudiar la cuestión litúrgica. Éstos concluyeron que no existían razones, ni teológicas ni jurídicas, que permitieran prohibir el Rito tridentino. El 3 de octubre de 1984, la carta Quattuor abhinc annos, que la Congregación del Culto divino dirigió a los presidentes de las conferencias episcopales, decretó un indulto, para permitir la celebración de la Misa tridentina, que hasta ese momento se había considerado vedada. La inmensa mayoría de los obispos rehusó aplicar esta disposición y Juan Pablo II, en la carta Ecclesia Dei del 2 de julio de 1988, posterior a la ruptura entre Roma y la Fraternidad San Pío X, intimó respetar “el ánimo de todos aquellos que se sienten vinculados a la tradición litúrgica latina, mediante una amplia y generosa aplicación de las directrices, emanadas desde hace ya tiempo por la Sede apostólica, para la utilización del Misal Romano según la edición típica de 1962”.

También el resultado de esta disposición fue decepcionante, a causa del terco obstruccionismo de los obispos. El cardenal Ratzinger, que había siempre puesto la liturgia en el centro de sus intereses (véase: La questione liturgica. Atti delle “giornate liturgiche di Fontgombault”, 22-24 de julio de 2001, Nova Millennium, 2010), una vez elegido Papa decidió regular personalmente la cuestión y el 7 de julio de 2007 promulgó el Motu Proprio Summorum Pontificum, con el que restituía libero y pleno derecho de ciudadanía al Rito Romano antiguo. Tras casi cuarenta años, los “resistentes” de los años setenta veían por fin premiados sus esfuerzos. “El domingo pasado –escribía Madiran el 6 de septiembre de 2007– he vuelto, y no era el único, a la iglesia que se encuentra a unos pasos de mi casa, en vez de hacer veinte kilómetros de ida y veinte de vuelta. Ciertamente, lo importante no es que hayamos vuelto nosotros, sino que haya vuelto la Misa. ¡Qué gracia!” (Chroniques sous Benoît XVI, Via Romana, 2010, p. 197).
La Iglesia a la que Benedicto XVI ha devuelto la Misa tradicional es una Iglesia enferma, ocupada en sus más altos cargos por prelados progresistas, que continúan em servirse del Concilio Vaticano II como de una maza para golpear a sus enemigos. Es éste el caso de los Franciscanos de la Inmaculada, injustamente golpeados por su apego a la Misa tradicional con un decreto que representa una violación de las leyes universales de la Iglesia, en particular del Motu Proprio Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI, nunca abrogado, que concede a todo sacerdote la libertad de celebrar la Misa según la forma llamada “extraordinaria”.

La Madre María Francisca de las Hermanas Franciscanas de Città di Castello, en su ensayo sobre Los orígenes apostólico-patrísticos de la Misa Tridentina (en Il Motu proprio “Summorum Pontificum” di S.S. Benedetto XVI. Una speranza per tutta la Chiesa, vol. 3, ed. de P. Vincenzo Nuara O.P., Fede e Cultura, 2013, pp. 93-135 y también en http://unafides33.blogspot.com.es/2013/05/le-origini-apostolico-patristiche-della.html), ha documentado de modo exhaustivo cómo el Rito vigente hasta 1969 se remonta, en sus elementos esenciales, al Papa san Gregorio Magno y de éste, sin saltos, a los tiempos apostólicos, para reconectarse con la Última Cena y el sacrificio cruento de Jesucristo, del que cada Misa es representación incruenta. En el libro La Réforme liturgique en question, que en su edición francesa (Editions Sainte-Madeleine, 1992) luce una introducción del card. Ratzinger, mons Klaus Gamber, el gran liturgista alemán hacia el cual Papa Benedicto XVI ha demostrado siempre gran admiración, afirma que ningún Papa tiene el derecho de cambiar un Rito que se remonta a la Tradición Apostólica y que se ha formado en el curso de los siglos, cual es la así llamada Misa de san Pío V. A la plena et suprema potestas del Papa se le ponen claramente unos límites y Gamber llega a escribir, citando a los teólogos Suarez y Cayetano, que “un Papa se convertiría en cismático si no se quisiera mantener, como es su deber, en unión y conexión con el cuerpo entero de la Iglesia, al punto de intentar excomulgar a la Iglesia entera o de cambiar los Ritos confirmados por la Tradición Apostólica” (ivi, p. 37).

El Motu Proprio de Benedicto XVI ha aclarado que el Rito Romano tradicional de la Misa nunca ha sido (ni podía haber sido) abrogado y que la nueva Misa de Pablo VI es facultativa: como tal se la puede criticar y rechazar. Ningún sacerdote está obligado a celebrar la nueva Misa o a no celebrar libremente la Misa tradicional. Cualquier decreto u ordenanza que quisiese imponer la nueva Misa entrañaría un abuso que habría que denunciar y rechazar. Jean Madiran ha demostrado, con su ejemplo intelectual, cuán amplio y legítimo sea el espacio de la resistencia católica a las órdenes injustas. Él no fue una voz aislada. A sus exequias, celebradas según el Rito “extraordinario” por el padre abad de Barroux, Dom Louis Marie, acudieron los exponentes de las principales comunidades tradicionales, desde la Fraternidad San Pedro al Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote, del Instituto del Buen Pastor a la Fraternidad San Pío X. Jean Madiran, que se definió un “testigo de cargo contra su propio tiempo” (Entrevista del abad Guillaume de Tanoüarn, en “Certitudes”, julio-septiembre de 2002), fue antes que nada un católico militante. Hasta los últimos días de su vida, reivindicó con orgullo su ascendencia cultural y espiritual, reconociéndose en aquella escuela católica contra-revolucionaria, llamada “ultramontana”, por su fidelidad al Primado Romano, que en Francia cuenta entre sus principales representantes a Louis Veuillot, dom Guéranger, y el cardenal Pie. De esta escuela de pensamiento, no sólo francesa, él resumió los principios y trazó una amplia genealogía (L’école (informelle) contre-révolutionnaire, “Présent” 18 de febrero de 2011). Quienes critican con pedantería al mundo tradicional italiano, como han hecho, el 6 de agosto, Gianni Gennari en “Il Foglio” y Paolo Rodari en “La Repubblica”, no se dan cuenta de que este mundo tienes raíces intelectuales profundas y manifiesta su vitalidad justo en ocasiones de controversias, como la actual que afecta a los Franciscanos de la Inmaculada y la Misa tradicional. Al fin y al cabo, cada uno de nosotros, consciente o inconscientemente, pertenece a un partido, a una escuela, a una familia de almas. En la vida se trata de elegir de qué parte estar. Jean Madiran estaría en el bando de todos aquellos que hoy siguen manifestando con firmeza su inquebrantable fidelidad al Rito Romano antiguo. (de  Roberto de Mattei, traducciòn de Tradición Digital)

No hay comentarios: