En la enumeración de los actos de Mons. de Castro Mayer y de Mons. Lefebvre que concilian con el nuevo misal, el vocero de Mons. Rifán -cuyo episcopado desciende también de Mons. Lefebvre y de Mons. de Castro Mayer (a través de Mons. Rangel)- no es honesto, ya que omite las declaraciones opuestas de los dos Obispos. A propósito de Mons. de Castro Mayer recordamos entre otras cosas, las aprobaciones del “Breve examen crítico del novus ordo Missae” y del libro “La misa de Pablo VI”, en que se habla de la hipótesis del Papa herético; su aprobación pública de la “Carta a un Obispo” en que se condenaban los errores del Vaticano II y de Juan Pablo II por parte de los teólogos sostenedores de la Tesis de Cassiciacum; la Declaración episcopal contra Juan Pablo II junto a Mons. Lefebvre; la declaración de vacancia de la Sede Apostólica, en presencia del Padre Rifán, a su llegada a Ecône para las consagraciones episcopales; y finalmente este último gesto que les valió a los dos Obispos la “excomunión” de Juan Pablo II. No obstante, los errores e incoherencias de los dos Obispos recordados en este documento son un amargo desengaño para quienes los han tenido (especialmente a Mons. Lefebvre) por infalibles e impecables...
A este tema “Sodalitium” consagra el artículo del Padre Carandino, que es como un llamado a los sacerdotes y a los fieles de la Fraternidad San Pío X para que eviten el triste final de Campos, corrigiendo los errores doctrinales señalados en este documento (¡nefas est ab inimicis discere!).
Sodalitium
El 8 de septiembre próximo pasado, en el Santuario Nacional de la Aparecida en San Pablo, tuvo lugar la coronación oficial de la imagen de la Patrona de Brasil, Nuestra Señora de la Concepción, en conmemoración del centenario del mismo acto realizado por orden de San Pío X, para el 150 aniversario de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción de María. Con la presencia del Legado Pontificio, representante oficial del Papa, Cardenal Eugenio Sales, quien presidió la ceremonia y leyó un mensaje del Papa, también del Nuncio Apostólico y de un centenar de Cardenales, Arzobispos, Obispos y Sacerdotes de todo el Brasil, de representantes de la familia imperial, del ministro representante del Presidente de la República, del presidente de la cámara de diputados, del gobernador de San Pablo y de otras autoridades civiles y militares, la Ssma. Virgen fue nuevamente coronada y proclamada Reina del Brasil. El Brasil estaba a los pies de su Reina. La coronación se realizó durante una Misa celebrada en el Santuario Nacional por el Legado Pontificio, Su Emcia. el Cardenal Eugenio Sales, acompañado por el Cardenal Primado de Brasil y Arzobispo de Aparecida.
Por eso, Mons. Rifán estimó conveniente y necesaria su presencia al lado de los demás Obispos católicos, en nombre de la Administración Apostólica, en la ceremonia oficial de Coronación de Nuestra Señora Aparecida, de su proclamación como Reina y Patrona del Brasil y consagración de la nación. Ceremonia particularmente importante, dada la invasión de sectas protestantes en nuestro país que multiplican los ataques a la Ssma. Virgen, y especialmente a su Inmaculada Concepción.
Algunos exponen dudas acerca de la participación ocasional de Mons. Rifán y de algunos de sus sacerdotes en la Misas celebradas según el Rito de Pablo VI.
Les recordamos que Mons. Rifán es un Obispo católico, miembro del episcopado católico en comunión con Su Santidad el Papa. Él, como todo Obispo católico, aunque de rito diverso, debe manifestar que está de hecho en plena comunión.
Nadie puede ser católico si mantiene una actitud de rechazo de la comunión con el Papa y el Episcopado católico. En efecto, la Iglesia define como cismático a quien rechaza someterse al Romano Pontífice y mantener la comunión con los miembros que le están sometidos (canon 751). Por lo cual, rechazar continua y explícitamente participar en toda misa según el rito celebrado por el Papa y todos los Obispos de la Iglesia, por pensar que este rito es en sí mismo incompatible con la Fe o pecaminoso, representa un rechazo formal de la comunión con el Papa y el Episcopado católico.
No se puede negar el hecho objetivo de que hoy el rito de Pablo VI es el rito oficial de la Iglesia latina, celebrado por el Papa y todo el Episcopado católico.
Como nuestra Administración Apostólica tiene su rito propio, el Rito Romano en su forma tradicional, la Misa llamada de San Pío V, conforme a la concesión del Santo Padre Juan Pablo II, Mons. Rifán y todos los sacerdotes de la Administración Apostólica celebran exclusivamente la Misa tradicional. Y así es en todas nuestras parroquias e iglesias. Y Mons. Rifán logró que muchos Obispos abran sus diócesis a la Misa tradicional. Y él, a su vez, se hace presente en la otra liturgia, cuando es necesario o cuando lo exigen las conveniencias de las circunstancias.
Como declara el Cardenal Darío Castrillón Hoyos en una reciente entrevista para la revista norteamericana Latin Mass, del 5 de mayo de 2004: “El actual Administrador Apostólico, Mons. Fernando Rifán, es un infatigable constructor de “puentes”. Su testimonio personal demuestra que esta colaboración con el episcopado local es verdaderamente positiva. Sin sacrificar nada de la identidad que el Santo Padre ha reconocido como legítima para los católicos apegados a la forma litúrgica y disciplinar anterior de la Tradición latina. Y el hecho de que el Santo Padre haya concedido a esta Administración Apostólica el Rito de San Pío V como Rito ordinario, muestra una vez más que Su Santidad y la Sede Apostólica responden generosamente a las legítimas aspiraciones de estos sacerdotes y fieles de Campos”.
Pero se trata de una lucha que ha durado largos años, coronada ahora con el éxito, para obtener la regularización canónica en el seno de la Iglesia. Las verdaderas y auténticas razones por las que conservamos la Misa llamada tradicional, se exponen detalladamente en nuestra publicación Ontem, Hoje, Sempre nº 78, que se puede consultar en nuestro sitio http://www.seminario-campos.org.br.
Sin embargo, aunque amamos, custodiamos y preferimos la Misa tradicional, no consideramos y no podemos considerar al nuevo rito de la Misa, una liturgia universal promulgada por la suprema autoridad de la Iglesia y adoptada por unanimidad desde 35 años por toda la Iglesia docente, como inválida, herética, heterodoxa o pecaminosa. A pesar de nuestras reservas sobre la Reforma Litúrgica, su crítica no puede sobrepasar los límites de la doctrina católica sobre la indefectibilidad de la Iglesia, la infalibilidad pontificia y el respeto debido al Magisterio de la Iglesia. Si en el pasado se sobrepasaron algunos de estos límites, también por nosotros, a causa de las circunstancias, del ardor de la batalla o del hecho de que se quiso imponerla, debemos en adelante corregir algunas expresiones y volver a colocarlas dentro de los límites de la doctrina católica. Precisar mejor la expresión de la doctrina y corregir cualquier imperfección no significa renunciar al pasado y abandonar la lucha.
A su vez, perseverar en el error sería diabólico. También Mons. Marcel Lefebvre ha pedido perdón por algunos errores suyos: “Si algunas de mis palabras o algunos de mis actos fueron desaprobados por la Santa Sede, pido perdón” (carta a la Congregación para la Doctrina de la Fe, 8 de marzo de 1980).
Ya que, si consideramos, en teoría o en la práctica, la Nueva Misa en sí misma como inválida, herética, sacrílega, heterodoxa, pecaminosa, ilegítima o no católica, tendremos que sacar las consecuencias de tal posición teológica aplicándolas al Papa y a todo el episcopado mundial, vale decir a toda la Iglesia docente: que es preciso aceptar que la Iglesia (1) ha promulgado oficialmente, conservado por décadas y que ofrece a Dios todos los días un culto ilegítimo y pecaminoso -proposición condenada por el magisterio- y que entonces las puertas del infierno han prevalecido contra ella, lo que sería una herejía; o que habría que adoptar el principio sectario de que la Iglesia somos nosotros y que fuera de nosotros no hay salvación, y esta sería otra herejía. Estas posiciones no pueden ser aceptadas por un católico, ni en teoría ni en la práctica.
Luego, nuestra participación se deduce de principios doctrinales. Eso no significa que no tengamos reservas respecto del nuevo rito, como ya hemos respetuosamente hecho presente a la Santa Sede. Nuestra participación tampoco significa la aprobación de todo lo que puede ocurrir. Estar unido a la jerarquía y en perfecta comunión con ella, no significa aprobar los numerosos errores que capitanean hoy en el seno de la Santa Iglesia provocados por su parte humana. Es claro que deploramos vivamente, con el Santo Padre, que la Reforma Litúrgica haya dado lugar a la ambigüedad, libertad, creatividad, adaptaciones, reducciones e instrumentalización (Ecclesia de Eucharistia, nros. 10, 52, 61), que haya podido ser origen de numerosos abusos y conducido en algunos ambientes a la pérdida del respeto debido a lo sagrado (Cardenal Gagnon, Offerten Situng Römisches, nov.-dic. 1993, pág. 35). Sobre todo, rechazamos toda profanación de la liturgia, como por ejemplo las misas en las que “la Liturgia degenera en un show, en el que se intenta hacer la religión interesante añadiéndole cosas de moda... con éxito efímero en el grupo de fabricantes de liturgia”, como critica el cardenal Ratzinger (Introducción al libro de Mons. Klaus Gamber, La reforma litúrgica, pág. 6).
Por lo tanto, conservamos el venerable rito de San Pío V, pero “cum Petro et sub Petro”, en plena comunión.
Como ya ha escrito Mons. Rifán en su primera Carta Pastoral del 5 de enero de 2003 al clero y a los fieles de nuestra Administración Apostólica: “Dado que, como dice el cardenal Ratzinger, actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la crisis de la Iglesia que vivimos hoy depende en gran parte de la destrucción de la Liturgia (Card. Ratzinger, La mia vita, pág. 113), conservamos en nuestra Administración Apostólica, por mayor tranquilidad y seguridad, con todo amor y devoción, gracias a la facultad concedida por S.S. el Papa, la Liturgia y la disciplina litúrgica tradicional como rito propio, este gran tesoro de la Iglesia, como una auténtica profesión de fe católica y en perfecta comunión con la Sede de Pedro. Y el Santo Padre nos tranquiliza diciéndonos que nuestro apego a la tradición litúrgica del Rito Romano es legítima (...). Pero nosotros conservamos la Tradición y la Liturgia tradicional en unión con la Jerarquía y el Magisterio viviente de la Iglesia, no en oposición a ellos ”.
Del mismo modo, Mons. Antonio de Castro Mayer, a pesar de las críticas que respetuosamente envió a la Santa Sede sobre la Misa Nueva, permitió cuando era Obispo diocesano, iglesias y parroquias con la Misa Nueva; nombró vicarios parroquiales a sacerdotes que celebraban la nueva Misa; asistió con un sacerdote, su secretario (el Padre Fernando Rifán) a la nueva Misa celebrada por el Padre José Goncalves en Niteroi; celebró la Misa versus populum en altares en que se celebraba la Misa nueva; reprendió a laicos que llamaban a la misa tradicional la “verdadera misa” por oposición a la misa nueva, recordándoles que también la nueva Misa era la verdadera Misa; asistió habitualmente en la parroquia Santa Generosa de San Pablo, a la Misa nueva celebrada por su sobrino, Padre José Mayer Paine, y no lo criticó por el hecho de celebrarla; dijo a la familia de su chofer que podían asistir tranquilamente; en el curso de la visita ad limina, con el Padre Fernando Areas Rifán, su secretario, en 1980 en Roma, asistió en las Basílicas a las Misas celebradas por Obispos de Brasil que acompañaba en esta visita; instituyó laicos como ministros de la eucaristía para la nueva Misa, en el convento Redentorista, y publicó todo en el boletín diocesano.
Mons. de Castro Mayer no hubiera hecho esto, no hubiera podido hacer nada de esto, si hubiese considerado pecaminosa la nueva Misa. Y sería injusto e insensato acusarlo de traición o de haber cedido al liberalismo y modernismo doctrinal.
Mons. Marcel Lefebvre asistió, en hábito coral, a la nueva Misa con ocasión de los funerales de su primo en Lille. Envió en representación suya al Padre du Chalard a asistir a la consagración episcopal del cardenal Stickler en la Capilla Sixtina, celebrada por el Papa durante una Misa nueva.
“Si consideramos, dice Mons. Lefebvre, esta liturgia reformada como herética e inválida (...) es evidente que nos está prohibido participar en estos ritos reformados ya que participaríamos de un acto sacrílego. Esta opinión puede ser sostenida con argumentos serios, pero no del todo evidentes. Por eso, me parece imprudente afirmar que pecan gravemente todos los que participan, de cualquier modo, en el rito reformado (...)” (Mons. Lefebvre, “El golpe maestro de Satanás”- respuesta a diversas cuestiones de actualidad).
En su carta del 8 de marzo de 1980 al Papa Juan Pablo II, Mons. Lefebvre escribe: “Por lo que mira a la Misa del Novus Ordo, a pesar de todas las reservas que tenemos hacia ella, nunca hemos dicho que fuera en sí inválida o herética”. En una carta del 4 de abril de 1981, escribe al Cardenal Seper, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: “Por lo que mira a la reforma litúrgica, yo mismo he firmado el decreto conciliar y nunca he dicho que su aplicación fuera en sí inválida o herética”.
Durante una conferencia a los seminaristas de Ecône, con ocasión de su vuelta a la familia por vacaciones, conferencia registrada en casette (23 de diciembre de 1974, después de su famosa declaración de ruptura del 21 de noviembre), permitió y aconsejó a los seminaristas, asistir a la Misa nueva durante las vacaciones, celebrada por sacerdotes serios, para no escandalizar a las familias, y condenó a quienes los criticaban por eso.
He aquí un fragmento: “(...) La Misa, pienso que corresponde a cada uno de ustedes juzgar según las circunstancias. Puede suceder, según mi parecer, puede suceder que sea mejor asistir a una Misa que no es la Misa tradicional, a causa de ciertas circunstancias que se estimen en el momento suficientemente graves como para ir. (...) En numerosas circunstancias se está obligado a juzgar las cosas no de manera absoluta, sino según la realidad de las cosas, según la realidad de los hechos. Y ponderar el caso. Hay que sopesar las cosas. ¿Hay ventajas o inconvenientes morales para mí en asistir a la Santa Misa según el Novus Ordoque será celebrada en tal parroquia, o hay mayores ventajas morales en no asistir? Son ustedes los que deben valorar las circunstancias. Pero yo pienso que no hay inconvenientes en asistir, sobre todo ‘per modum actus’, no de manera habitual. Por ejemplo, cuando durante sus vacaciones deben asistir a causa de sus padres o por sacerdotes que conocen bien y que son amigos de Ecône, que hacen colectas para Ecône (...), creo que moralmente no hay pecado en asistir a tales Misas, y que incluso puede ser útil, en el sentido de que ese sacerdote puede decir ‘hay un seminarista de Ecône que viene, lo animo, estoy en su favor y deseo que hayan sacerdotes como los de Ecône’. Son casos especiales, casos difíciles, y es por eso que no me siento, a fin de cuentas, en el deber moral de decir que no hay que asistir más a una Misa nueva. Si en conciencia y con todas las circunstancias en que se hallan, piensan que para ustedes es mejor así, que pueden hacerlo, háganlo. No los obligo a asistir a una Misa de este tipo, pero si un seminarista me dice: ‘no puedo obrar de otra manera, las circunstancias me parecen tales que me obligan a asistir a una de estas Misas’, no lo condeno. Y les pido entre ustedes no condenarse si escuchan que un seminarista estuvo en la Misa nueva creyendo que debía ir. Déjenlo con su conciencia. Y cuanto digo hoy es más severo que lo que decía uno o dos años antes. A menudo hay personas que son más duras y ciertos amigos nuestros tradicionalistas que son más duros. (...) En un extremismo”. Aquí termina la cita de Mons. Lefebvre. ¡Nadie osará acusar a Mons. Antonio de Castro Mayer o a Mons. Lefebvre de liberalismo o de connivenciacon el modernismo!
Y si, según Mons. Lefebvre, un seminarista de Ecône puede valorar las circunstancias para asistir a la Misa nueva, un Obispo, con la gracia de estado que le es propia, ¿acaso no puede valorar las circunstancias de conveniencia?
Y si Mons. Lefebvre no condena a quien considera mejor ir a la nueva Misa y prohíbe que se lo condene, diciendo que hay que dejarlo seguir su conciencia, ¿por qué condenar a un Obispo que toma la misma decisión?
Y si las circunstancias de tal decisión, como el ganar las simpatías de Ecône, justifica la presencia de seminaristas en la nueva Misa, la coronación solemne de la Patrona de Brasil en el santuario nacional, ¿no jutificará la presencia de un Obispo de la Tradición?
Además, ¿qué pecado cometió Mons. Rifán presenciando esta ceremonia? ¿Acaso participó en un culto sacrílego o herético? ¿Porqué acusarlo de traición o de consentir a todo lo que pudo suceder durante esta Misa independientemente de su voluntad y aprobación? Su presencia reviste el mismo significado que la de Mons. Marcel Lefebvre o Mons. de Castro Mayer en circunstancias similares. Nada más. Toda otra conclusión es juicio temerario e insinuación maliciosa. Según esta lógica maliciosa tendríamos que concluir que cuantos critican su presencia están contra la Coronación de Nuestra Señora y la conmemoración de su Inmaculada Concepción.
Algunos de quienes atacan a la Administración afirman que este hecho, que consideran un pecado, es el precio pagado por el acuerdo con Roma. En realidad, la unión jurídica con la Santa Sede, el reconocimiento y unión con Roma de los sacerdotes y fieles de la Unión Sacerdotal San Juan María Vianney, fue realizada por una cuestión de necesidad de conciencia, una cuestión de doctrina, una exigencia de la teología católica que exige la unión con la jerarquía de la Iglesia, y no solo un acuerdo práctico y un intercambio de cortesía. Esto es un dogma de fe católica: “Declaramos, afirmamos y definimos ser necesario a toda criatura humana, para la salvación del alma, estar sometido al Romano Pontífice” (Bonifacio VIII, Unam Sanctam). Como el Santo Padre, el Papa, manifestó claramente su voluntad de crear una Administración Apostólica para los sacerdotes y fieles de Campos, con todo derecho a conservar la Liturgia y la disciplina tradicional, con parroquias, un seminario, institutos religiosos, un Obispo e independencia de las otras diócesis, algo perfectamente tradicional, hubiera sido rebelión negarse a la voluntad del Papa. Y con este ofrecimiento no subsiste más el estado de necesidad que justificaba un ministerio extraordinario. No se puede rechazar, por estrategia, una determinación de la Santa Sede de acuerdo con la Tradición, que hace posible la legalización jurídica que permite la inserción en la unidad jerárquica. El gran don recibido con este reconocimiento fue la tranquilidad de las conciencias católicas de los sacerdotes y fieles de Campos que conservan la tradición litúrgica y disciplinaria de la Iglesia en perfecta comunión con la Iglesia jerárquica. El precio más alto fue el pagado por quienes rechazaron y todavía hoy rechazan la clara voluntad del Santo Padre: un gran peligro de cisma acompañado por varios errores doctrinales que justificarían esta posición errónea, con riesgo de condenación eterna.
¿Porqué atacar así al único Obispo actualmente consagrado con la Misa tradicional y para la Misa tradicional, que dirige una Administración Apostólica que tiene como rito propio la Misa tradicional? ¿Porqué tratar de desanimarlo en modo tan impío? ¿Acaso no se colabora de este modo con los enemigos de la liturgia tradicional? Tratar de perjudicar a la Administración Apostólica, ¿no es acaso perjudicar a la Misa tradicional?
Como escribió Mons. Rifán al Dr. Michael Davies (R.I.P.), ya presidente de Una Voce Internacional, el 2 de mayo de 2004: “Es tristísimo que haya tantas personas que se dicen tradicionalistas, que se ocupan más de atacar a otros miembros de nuestro movimiento que en luchar por la tradición. Su apostolado único y valiente es un modelo para los católicos tradicionales del mundo entero. Estoy perfectamente de acuerdo con usted en el hecho de que la nueva Misa no puede ser considerada sacrílega o intrínsecamente perversa (...)”.
El P. Didier Bonneterre, de la Fraternidad San Pío X, da una buena advertencia en el prólogo de su libro “El movimiento litúrgico”, con prefacio de Mons. Lefebvre: “Quisiéramos poder preservar a nuestros lectores de una cierta moda intelectual que se difunde como una peste en nuestros ambientes considerados tradicionales: el espíritu de contradicción por la opinión más extrema, que hace buscar a toda costa la opinión más dura, como si la verdad de una proposición dependiera de un prejuicio voluntarista de estar contra lo que sea”. Nos preguntamos: ¿qué fruto espiritual puede sacarse de todos estos ataques sistemáticos contra el Santo Padre, la Administración Apostólica y la Misa?
A cuantos, a pesar de esto, quieren seguir defendiendo posiciones heterodoxas y seguir en el camino del cisma, proponemos estas palabras de San Agustín: “Nadie puede alcanzar la salvación si no entra en la Iglesia Católica. Fuera de la Iglesia se puede hacer de todo, excepto salvarse. Se pueden tener honores, sacramentos, cantar el Alleluia, responder Amén, decir ‘En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’, y también rezar, pero no se puede nunca, excepto en la Iglesia Católica, alcanzar la salvación” (Sermo ad Caesariensis Ecclesiae plebem).
Padre Gaspar Samuel Coimbra Pelegrini
Vocero de la Administración Apostólica San Juan María Vianney - Diócesis de Campos, Brasil.
Fuente: "Sodalitium"
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