Presentamos una interesantísima entrevista que Mons. Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltro, ha concedido a La Voce di Romagna.
Excelencia, el rasgo característico de este pontificado es la relación entre fe y razón: ¿por qué insistir en la liturgia?
Excelencia, el rasgo característico de este pontificado es la relación entre fe y razón: ¿por qué insistir en la liturgia?
La liturgia es la vida de Cristo que se realiza en la Iglesia e involucra existencialmente a los cristianos. La liturgia no es simplemente un culto que se eleva desde el hombre a Dios, como en la gran mayoría de las formulaciones religiosas naturales.
La liturgia es el amplio realizarse del acontecimiento de la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor que toma forma en el organismo sacramental e involucra a los cristianos en un sentido sustancial y fundamental, haciéndolos pertenecer a Cristo y a la Iglesia a través de los sacramentos de la iniciación cristiana, y luego los acompaña en las grandes opciones y en las grandes etapas de su vida. En las grandes opciones vocacionales – matrimonio, orden – o en las etapas de la vida. Ahora bien, la liturgia defiende la facticidad de Cristo y de la Iglesia. Por eso tengo mucha gratitud hacia el profesor De Mattei por su extraordinario libro sobre la historia del Vaticano II y las páginas dedicadas a un lento e inexorable “socializarse” de la liturgia, ya antes del Concilio: como si el valor de la liturgia estuviese en la posibilidad de que el pueblo cristiano participara activamente en un evento que era luego vaciado, de hecho, de su sacramentalidad y terminaba por ser una iniciativa de sociabilidad católica.
Y yo creo que en la liturgia se juega la verdad de la fe porque se juega la gran alternativa que Benedicto XVI ha puesto al comienzo de la Deus caritas est: el cristianismo no es una ideología de carácter religioso, no es un proyecto de carácter moralista, sino que es el encuentro con Cristo que permanece y se desarrolla en la vida de la Iglesia y en la vida de cada cristiano.
La liturgia hace presente el hecho de Cristo en el flujo y en el reflujo de las generaciones: “Haced esto en memoria mía”. Yo creo que también la defensa de una conciencia exacta del dogma depende de la verdad con que se vive la liturgia. En este sentido, desde siempre la Iglesia ha afirmado que “lex orandi, lex credendi”: es la ley de la oración que hace nacer la ley de la fe pero sobre todo que la vigila de manera adecuada y positiva.
Dos aspectos me parecen centrales en el libro de Ratzinger “Teología de la liturgia”: la prevalencia lamentablemente verificada de un sentido de la Misa como asamblea, “evento de un determinado grupo o Iglesia local”, cena; por o tanto, la participación entendida como el actuar de varias personas que, según el autor, se transforma a veces en parodia. Y luego la celebración hacia el pueblo que, por una serie de malentendidos y malas interpretaciones “se presenta hoy como el fruto de la renovación litúrgica querida por el Concilio”, escribe el Papa. Consecuencias: la comunidad como círculo cerrado en sí mismo y una clericalización nunca antes vista donde todo converge en el celebrante.
Yo estoy de acuerdo en que el Papa deberá continuar una “reforma de la reforma” litúrgica del Concilio, usando una expresión de don Nicola Bux. Pero debe ser dicho con extrema claridad que al Papa le está costando hacer esta “reforma de la reforma”. Existen tendencias negativas de resistencia, ni siquiera tan pasiva. La reforma litúrgica venida después del Concilio la mayoría de las veces se ha llenado de pseudo-interpretaciones o ha hecho valer casos excepcionales como norma – basta pensar en el problema de la lengua o el de la distribución de la Comunión en la mano. Ha habido auténticos “golpes” de las Conferencias episcopales frente a Roma.
Ciertamente hubo una debilidad de la reacción vaticana, probablemente debida a tensiones y contra-tensiones incluso dentro de las estructuras que debían regular la interpretación exacta y la aplicación del Concilio. Ahora bien, aún teniendo presentes estos datos condicionantes a los que un gobierno de la Iglesia debe hacer frente en forma realista, la alternativa es entre una sociologización de la liturgia – como decir, un funcionamiento adecuado de las leyes y de los comportamientos de la comunidad cristiana reunida para celebrar la Eucaristía, que se convierte en el sujeto de la celebración eucarística antes que en su interlocutor privilegiado – y el volver a traer al centro al verdadero sujeto de la celebración eucarística, que es Jesucristo en persona. La estructura de la tradición litúrgica, así como la Iglesia del Concilio la ha recibido, salva los derechos de Cristo y la presencia de Cristo. Entonces todo esto que se hace para agotar o reducir la conciencia de la presencia de Cristo en beneficio de la modalidad con que la comunidad está presente, es una pérdida del valor último de la liturgia, del valor ontológico, diría don Giussani, y por lo tanto, metodológico y educativo. En el tiempo en que entraba en vigor por primera vez la reforma del Concilio Vaticano II, una altísima personalidad vaticana – no puedo decirle cuál pero es cierto, porque lo he leído con mis propios ojos – escribió que así finalmente la celebración de la Misa volvía a ser “una sana palestra de sociabilidad católica”.
¿Me puede decir, al menos, si estaba unos escalones más arriba que Monseñor Bugnini?
“En Italia, salvo pocas honrosas excepciones, los obispos y los superiores de las órdenes religiosas se han opuesto a la aplicación del Motu proprio”: lo declaró el vicepresidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei a un año de distancia de Summorum Pontificum, con que Benedicto XVI “liberalizó” la liturgia tradicional tridentina. Una denuncia muy fuerte de desobediencia del episcopado italiano.
¿En qué punto estamos en la aplicación del Motu proprio? En su diócesis, ¿hay celebraciones de la liturgia en la forma extraordinaria del Misal Romano de 1962?
Básicamente, por lo que se puede hacer hoy, allí donde el obispo ha obedecido, como en mi caso, se celebran no muchas sino todas aquellas Misas que han sido pedidas, según la modalidad precisamente identificada por el Motu proprio. Cuando antes dije que al Papa le resulta difícil hacer pasar la “reforma de la reforma” tenía precisamente en mente un Motu proprio del que faltan, a más de tres años de su promulgación, las dimensiones aplicativas. Pero me parece que el rechazo, la resistencia, han sido no tanto sobre el Motu proprio sino más si bien sobre el hecho de que la reforma litúrgica del Vaticano II, así como los textos son interpretados y como la liturgia se ha ido determinando, parece que no pueda ser puesta en discusión. La resistencia es sobre la posibilidad misma, que en cambio el Papa ha abierto, de tener otras formas de aplicación de la vida litúrgico-sacramental: esto está en cuestionamiento, no las aplicaciones. Mientras que el Papa dijo: hay una riqueza litúrgica sacramental a la que toda la Iglesia, si quiere, puede acceder, sin que todo sea reconducido a una sola forma; en mi opinión, hay un amplio estrato de los eclesiásticos que considera que, en cambio, la reforma del Concilio Vaticano II arrasó con todo lo que estaba antes. Es aquella hermenéutica de la discontinuidad sobre la que el Papa intervino con mucha claridad y decisión.
Según un sondeo de Doxa, el 71 por ciento de los católicos encontraría normal que en la propia parroquia conviviesen las dos formas del rito romano, tradicional y nuevo. El 40 por ciento de quienes van a Misa todos los domingos, si la tuviesen en la parroquia, preferirían ir todas las semanas a la Misa de San Pío V. ¿Cómo comenta estos datos, que deben ser tomados con cuidado como toda encuesta?
¿Cómo celebraba la Misa don Luigi Giussani? ¿Cuál era su pensamiento sobre la liturgia y cómo recibió la reforma?
He visto a Giussani celebrar según el rito de san Pío V: lo celebraba con la conciencia profunda de ser protagonista de un evento de gracia que abría al corazón y a la vida de los hombres. Y lo he visto celebrar según la liturgia reformada, del mismo modo. Giussani iba a lo esencial y, por naturaleza, no estaba inclinado a subrayar excesivamente los particulares. No puedo decir cómo reaccionó a la reforma porque no recuerdo que hayamos hablado de esto, ni entre nosotros dos, aunque habíamos tenido centenares de horas de diálogo sobre todos los problemas de la vida de la Iglesia y de la sociedad, ni públicamente. Pero la imagen de la liturgia que tenía está contenida en aquel bellísimo librito “Dalla liturgia vissuta, una proposta”. Creo que tanto la liturgia tradicional como la liturgia reformada, si se mantienen en la identidad que le es reconocida por el magisterio, pueden favorecer que una vida se convierta en propuesta de vida: la liturgia es una vida, la vida de Cristo con los suyos, que se convierte en propuesta de vida. No creo que estuviese dispuesto a morir para salvar la liturgia de san Pío V pero no creo tampoco – por lo que lo he conocido en cincuenta años de convivencia – que dijese inmediatamente que la liturgia del Vaticano II fuese la mejor posible. Más bien creo que, como sobre otras cuestiones del Concilio Vaticano II, tuvo algunas dificultades interpretativas, como ahora es reconocido por parte de la gran mayoría de los pastores y de los teólogos inteligentes. Tan cierto es que, después de cuarenta años, Benedicto XVI dice que comienza ahora una verdadera interpretación del Concilio.
¿Qué características tendrá la parte religiosa y eclesial de la visita del Papa a San Marino en el 2011?
Habrá una celebración de la Misa en San Marino para toda la diócesis, en el estadio de Serravalle, en la mañana del 19 de junio, según el programa oficioso que poco a poco se está haciendo oficial.
En estos días usted ha sido objeto de la observación de un periodista, en un periódico laico, sobre la desproporción entre su personalidad – “punta de diamante” - y la diócesis que le ha sido confiada, definida “diócesis de opereta”.
Estoy agradecido a este periodista por los elogios, un poco inmerecidos, que me ha hecho, no sólo en este caso sino también en otros momentos. En los tortuosos caminos que terminan en la provisión de una determinada iglesia particular, o bien de una responsabilidad también central en la conducción de la Iglesia, nadie, y menos yo, es tan ingenuo como para no saber que hay movimientos, contra-movimientos, reacciones, contra-reacciones, intereses, que tienen un gran peso. Yo mismo escribí algo sobre el carrerismo en mi columna “Opportune et importune” en Studi Cattolici, por eso toda esta fenomenología de una presencia de actitudes políticas no me resulta tan excepcional o escandalosa. Yo soy de aquella generación de sacerdotes y de obispos que considera que, de todos modos, finalmente, y sobre todas estas corrientes, contra-corrientes, amistades, vetos cruzados, está la voluntad de Dios interpretada por el Santo Padre. Cuando el Santo Padre te llama, puedes estar seguro de que es Dios quien te llama, y si te llama a aquella realidad a la que te llama, es porque Dios considera que es lo mejor para ti en aquel momento. Es con este estado de ánimo, muy abandonado a la voluntad de Dios y muy alegre, que yo soy obispo de una diócesis definida “de opereta” por alguno; pero creo haber llevado esta diócesis a una presencia y una visibilidad en el contexto eclesial y social italiano, y no sólo.
Por otra parte, muchos nombramientos van a personas no siempre a la altura de las responsabilidades a ellos confiadas, un problema grave hoy, cuando la Iglesia debería dar el máximo en la propuesta cultural y pastoral. Excelencia, ¿no cree que esto es un freno o un impedimento para la misión de la Iglesia?
Pero aquí monseñor Negri no responde y cierra el diálogo. Me mira profundamente con sus ojos claros y hace silencio. Es el día de santa Lucía, la tarde está por ceder a la “noche más larga”. En Domagnano descienden los primeros copos de nieve. En cambio más arriba, en Rímini, todo se funde en agua.
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