El sacerdote se dirige al altar "Me alegraré porque me dijeron: Iremos a la Casa del Señor".
El sacerdote da comienzo a la Santa Misa con la señal de la Cruz y el acto penitencial.
Dirige la plegaria al Padre por mediación de Jesucristo y en unión con el Espíritu Santo, orando por las necesidades espirituales y materiales de los hombres.
Lectura de las Sagradas Escrituras. Se lee un fragmento del Antiguo Testamento o de las Cartas Apostólicas y otro de los Evangelios.
Eleva la patena con la hostia. Pone en el cáliz el vino (con un poco de agua) que se convertirá en la Sangre de Cristo.
Ofrecidos a Dios el pan y el vino, ruega a los asistentes se unan a él para ofrecer al Padre el Santo Sacrificio.
"Este es mi Cuerpo". Pronunciadas estas palabras, el sacerdote muestra a los fieles la Santísima Hostia que es el Cuerpo santísimo de Cristo.
"Este es el cáliz de mi Sangre". También el vino se ha transformado en la Preciosísima Sangre de Cristo, y el sacerdote la presenta a los fieles para que la adoren con fe.
"Habiendo tomado el pan lo partió" (Mt. 26, 26). Es el símbolo de la distribución de la Eucaristía, que es la participación en el mismo Cuerpo de Cristo, fundamento de la unidad de la Iglesia.
La Comunión del sacerdote es obligatoria en la Misa, por ser esta un banquete sacrificial.
"Tomen y beban". El sacerdote cumple el mandato de Cristo. La Sangre es la manifestación del Sacrificio realizado en la Misa.
Aunque la Comunión de los fieles no es obligatoria, es sin embargo la participación más íntima y completa del Sacrificio que han ofrecido uniéndose al sacerdote y un anticipo de la vida gloriosa en el banquete celestial.
Como lo hizo Jesús, el sacerdote despide a los asistentes, otorgándoles la bendición divina, para que vayan a sus deberes, unidos con Cristo en el sacrificio cotidiano de la vida.
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