miércoles, 29 de abril de 2020
Reglas para vivir santamente
Estimados amigos,
A continuación, transcribo estos breves consejos, redactados hace muchos años. Algunos pequeños detalles son un tanto antiguos, a pesar de ello sus ideas rectoras no han dejado de perder vigencia. Se darán cuenta de la sencillez con que están escritos y de la pureza de intención que los anima.
Muchas generaciones de fieles católicos, los han seguido silenciosa y humildemente en su caminar hacia la Patria Celestial. Cuando lean estas líneas, será inevitable recordar aquella abuela, aquel padre, a ese tío o a ese sacerdote anciano, que vivían su fe con humana naturalidad, pero con sobrenatural simpleza. Personas a quienes hemos canonizado en nuestros corazones, y que tenemos la certeza de que ya gozan de la Visión de Dios.
Algunos me dirán que estas prácticas resultan arcaicas en estos tiempos. En la actualidad casi todas ellas han sido olvidadas y abandonadas por nosotros, y reemplazadas por otras formas, nuevas formas.
Sobre todo en este tiempo de Cuaresma, pienso que sería bueno recordar estos pensamientos, e incorporarlos a nuestra vida de piedad. Lo útil, la razón y el sentir parecen ser los principios que rigen nuestras vidas y conducen a la humanidad a un terrible y frío sin sentido. Frente a ello, aprovechemos estos breves pero sabios consejos, en los que se ve la calidez de la Verdad.
Que San José, maestro de vida interior, nos ayude a vivir santamente.
Hay muchísimos a quienes toda la vida les pasa en propósitos, y llegando la hora de la muerte, se encuentran muy llenos de buenos deseos y muy vacíos de buenas obras, cuando ya no hay tiempo de enmendarlo. Para que tú, devoto lector, no incurras en este tan perjudicial engaño, quiero proponerte en modo fácil de reducir a la práctica esos deseos, y un método de acciones virtuosas para cada año, mes, semana y aun para cada día.
Para cada año
I. Señalar un día para emplearlo únicamente en el cuidado de tu alma, y en este tiempo hacer confesión general, o al menos del año pasado o de la última, escogiendo para este efecto un confesor docto, santo y de quien tengas una entera satisfacción, para continuar en adelante confesándote con él, y consultándole en todas tus cosas, lo que importa sumamente para caminar con acierto; debiendo persuadirte que Dios le asistirá más que a ningún otro para que te dirija con su consejo.
II. Prepararse y disponerse para las festividades más solemnes con particulares ejercicios de piedad, como ayunos, penitencias, novenas, oración y lección de aquella fiesta o misterio.
III. Celebrar con particular devoción las fiestas del Señor y de la Virgen Santísima, visitando alguna iglesia o altar de su advocación, y confesando y comulgando aquel día.
Para cada mes
I. Tomad por particular patrono de todo el mes algún Santo, celebrando su día con ejercicios de mayor piedad y devoción.
II. Determinad un día del mes en el cual, por espacio a lo menos de media hora, os tomaréis cuenta del adelantamiento y el atraso que hubierais hecho en el aprovechamiento de vuestra alma, y lo manifestaréis sinceramente a vuestro director.
III. Comulgaréis en el mes las veces que vuestro Padre espiritual os ordenare, renovando en este tiempo los buenos propósitos que habéis hecho; y si aún no hubiereis determinado el estado que debéis tomar, éste es el tiempo de pedirle a Dios luz para no errar en una elección de tanta consecuencia, de cuyo acierto las más veces depende la salvación, pues teniendo a Dios dentro de vos mismo, oiréis más de cerca su voz.
Para cada semana
I. Santificaréis las fiestas, a más de oír devotamente la Misa, acudiendo a alguna congregación, asistiendo al sermón y otros ejercicios santos, visitando alguna iglesia donde haya indulgencia o esté expuesto el Santísimo Sacramento.
II. No dejéis en todo caso de acudir a donde se explique la doctrina cristiana; y si os halláis en estado de instruir a otros, hacedlo con mucha paciencia o caridad, entendiendo que este es oficio de apóstol y de mucho merecimiento para con Dios.
III. Asistid siquiera un día a la semana a alguna iglesia donde se tenga oración y se haga algún ejercicio de penitencia corporal, y tanto en la oración como en las mortificaciones, proceded por el consejo de vuestro Padre espiritual.
Para cada día
I. Dejad la cama a buena hora, y sea lo primero levantar vuestro corazón a Dios, ofreciéndole todas las acciones de aquel día; pedidle no permita caigáis en algún pecado, especialmente en aquellos a que más os inclinan vuestras pasiones, y proponeos la enmienda de todo corazón. Tened la intención de ganar todas las indulgencias que podáis aquel día; encomendaos de veras a la Virgen Santísima, al Ángel Custodio, al santo de vuestro nombre y a los que tuviereis por especiales abogados y a las santas almas del Purgatorio.
II. Emplead por lo menos un cuarto de hora en la oración mental; oíd todos los días la Misa con devoción; leed algún libro espiritual, y procurad no perder el fruto leyendo después libros profanos o dañosos. A la noche examinaréis todas las acciones, pensamientos y palabras de aquel día; si hallareis alguno bueno, dareís gracias a Dios, a quien debéis atribuirlo; de lo malo pediréis perdón imponiendoos la enmienda.
III. Procurad con particular cuidado huir de las malas compañías, de las conversaciones inmodestas, de los juegos inmoderados, y en general vivir con sumo cuidado para no caer en los lazos que cautelosamente os arma el Demonio, ocultando el peligro de las ocasiones.
IV. Entre día, y con la mayor frecuencia que podaís, acordaos que Dios os mira, y particularmente en las tentaciones de que fuereis combatidos, acudid a Su Majestad con algunas oraciones jaculatorias. Ofrecedle vuestras acciones indiferentes, el estudio, los negocios de vuestro estado, la recreación honesta, dando gloria al Señor en todas las cosas y procurando en todas aumentar vuestros merecimientos. Huid del ocio, origen de muchos y graves pecados. Atended seriamente al estudio o al cuidado de vuestra casa o familia, según fuere vuestro estado, porque esto es lo que Dios quiere de vosotros. Finalmente, tened entendido que cual fuere vuestra vida, así os hallaréis en la hora de la muerte.
Tomado del libro: ¨Las Joyas del Cristiano¨
Nichán Eduardo Guiridlian Guarino
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